Artículos de Opinión

Mardoqueo Pantoja, joven poeta lleno de vanidades, dio un recital de su cosecha literaria en la Universidad. La concurrencia fue escasa y la crítica desfavorable.

Segura Castro lo vapuleó en la prensa local, y Mardoqueo, muy herido en su amor propio, meditó su venganza.

Recordando la fina contextura corporal de su comentarista y una reciente enfermedad que lo aquejó, decidió “liquidarlo”.

En los diarios de la capital se insertó el siguiente aviso funerario:

“Ha dejado de existir nuestro querido deudo O. Segura Castro (Q.E.P.D.). Sus funerales se efectuarán hoy a las 2 PM, partiendo el cortejo desde el Hospital San José, con destino al Cementerio General. La Familia.”
De nada sirvieron las protestas de médicos y empleados del establecimiento, que explicaban no tener ningún enfermo, ni menos un muerto de ese nombre. Se consultaron los libros de estadística, una y otra vez, hasta que sus amigos, ya impacientes, en forma un tanto belicosa, exigieron que se les entregara a “su muerto”.

Aumentó la confusión cuando algunas mujeres se desmayaron, y se llegó a pensar que el cadáver había sido robado.

Aliro Oyarzún, que cenara con Segura Castro la noche anterior, sospechó que algo raro estaba sucediendo y se apresuró a visitar la cercana casa del “presunto muerto”. Este dormía apaciblemente en su cama, y oyendo el relato de los acontecimientos se levantó indignado, y fue hacia el Hospital, a dos cuadras de su residencia, para mostrarse de cuerpo presente y agradecerle a sus amigos las atenciones “póstumas” que le estaban dispensando, y dar las explicaciones que correspondían a la dirección del establecimiento.

La alegría, ante su inesperada presencia, se manifestó en abrazos de sus amigos y nuevos llantos de sus “viudas”, que éste casanova tranquilizaba con forzadas sonrisas, para que volvieran tranquilas a sus hogares.

Se indagó en los diarios, y por las descripciones que se dieron del sujeto que había colocado los avisos de defunción, se tuvo la certidumbre que había sido Mardoqueo Pantoja.

Algunos de sus amigos, resolvieron festejar la “resurrección” en “La Piojera”, lugar donde se reunían artistas y bohemios. Para desgracia de Mardoqueo, éste se encontraba en el local, y al verlo, el “perro Segura” (apodo de Segura Castro), en un solo movimiento sincronizado, quitándose la chaqueta, entró en acción. Y pese a su delgadez, exhibió una musculatura respetable, dándole al vengativo bardo una feroz tunda de puñetazos.

 

Este contenido es parte de los manuscritos del libro Puelche, que María Lefebre preparaba antes de su partida.

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