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Siempre que venía al puerto visitaba nuestra casa en el Cerro Castillo de Viña del Mar. Esta vez trataba de mantener su estabilidad, venía bastante curadito, con un paquete en la mano que, según me explico éran camarones para mi refinado apetito. En esos momentos cenábamos en casa Ramón Rodríguez, Zoilo Escobar, Graciela y Juan Egaña. Lo invité a nuestro ágape, cosa que rehusó por estar muy cansado. Nosotros bajaríamos a la playa mientras él descansaba en un sillón. Antes de partir, advertí a mi empleada que echara a cocer los camarones, invitando a todo el grupo a comer al día siguiente.
Regresamos tarde, Ezequiel dormía un plácido sueño. Al despertarlo para que pasara a la alcoba que le habíamos preparado, se negó terminantemente con la porfía propia de su estado, alegándome que tenia sed y apetito, le indicamos la heladera donde podía encontrar fiambres y vino y nos retiramos a dormir. Al día siguiente que era domingo llegaron los invitados. Domitila, mi cocinera me hizo llamar apurada. “Señora - me dijo – no podemos encontrar los camarones”.
Dile a la negra que te los traiga, están en la heladera
Si no están, señora. La negra y yo los hemos buscado por todas partes. Ni las cáscaras aparecen.
Se hicieron las averiguaciones, todas las sospechas recayeron sobre Ezequiel, que en ese momento venía saliendo de la sala de baño y, nos sonreía con la mirada más inocente.
Tú, te comiste los camarones – dijo Julio Walton, apuntándolo con el dedo. Pero Ezequiel protestó indignado - ¡cómo se les ocurre!, Si yo mismo le traje esos bichos negros a la Maria.
¿Qué comiste anoche?, Pregunté risueña dándole margen a una confesión.
Nada Mariíta, sólo preparé un borgoña con frutillas.
Era invierno, las frutillas aún no florecían. En el fondo de la jarra, que había preparado su borgoña con frutillas y que mi empleada traía del comedor, quedaban algunas antenas de camarones.
Creado el 2015-12-22 10:31:40
Pedro, conociendo los gustos de su amigo, el pintor Juan Francisco González, lo invitó a cenar a su casa. Una fuente, con hermosas lechugas adornaba la mesa. Mientras Juan Francisco se dedicaba al menester de aliñar la ensalada, hablaba con el poeta, ensalzando el colorido, la lozanía y hasta la esbeltez de las lechugas. Pedro sonreía lleno de orgullo – “mis lechugas – dijo – son cultivadas con amor. Encuentro en ellas la sensibilidad de una mujer y... para que resulten exquisitas hay que cogerlas en la noche, después de su primer sueño”.
Deliciosas, deliciosas, exclamo Juan Francisco saboreándose.
Es que tú no sabes – añadió Pedro – estimulado por la exclamación de su amigo, - éstas las tomé de sorpresa cuando la luna las besaba.
Creado el 2015-12-22 10:31:27
David Perry, el bizarro sonetista de “Los Témpanos Errantes”, habituaba a vagabundear después de las comidas, a las que se unían Carlos Barella y Luis Durand, hablando, naturalmente, de literatura. Una noche David propuso escalar el cerro Santa Lucía, para recitar allá, en alta voz, los poemas amados de Julio Herrera y Reissig y de Armando Vasseur, cuyos “Cantos Augurales” de 1904 recién adquiría yo en “librería de viejo”. Ni Barella ni Durand aceptaron la excursión.
Iniciábamos nosotros el ascenso, cuando, agriamente, nos retuvo un vozarrón:
¡Deténganse!
Obedecimos. Un guardia se acercó con evidente enojo:
¿Qué iban a hacer, allí arriba?... ¿No les da vergüenza?...
Y el tono despectivo nos reveló su juicio. Perry reaccionó con celestial parsimonia:
Usted se equivoca. No somos eso que se imagina...
El guardia contragolpeó:
¿Y entonces, a qué subían?...
A coro replicamos:
A recitar versos.
La violencia del guardia nos enrojeció hasta los huesos:
- ¿No es para morirse de asco? No son eso...No son eso... ¡y andan recitando versitos como las mujeres!
Creado el 2015-12-22 10:31:18
Mi inteligente amigo Pérez de Arce, allá por el año 1927 era reporteo de teatro y espectáculos y por esa época llegaban a Valparaíso grandes compañías. Las primeras “niñas piluchas” en un conjunto de variedades y los mejores circos europeos.
Para mal de sus pecados, comenzó haciéndole la ronda a la trapecista del circo San Brown, muchachita linda que deslumbraba a los concurrentes con sus acrobacias, y se fue enredando en tal forma que la chica quería quedarse para siempre en el Puerto.
Se armó el feroz lío. Roberto transpiraba y suspiraba por arreglar el asunto. Su sueldo era mínimo ya que dedicaba pocas horas al diario; seguía tercer año de leyes.
Se fue el circo, cuando creía poder respirar tranquilo la trapecista apareció en la redacción del diario. Feliz había conseguido dos pasajes para ellos, pagados por San Brown y un contrato para él, de payaso. Tendrían que tomar un barco rápido y alcanzar el Oropesa en Antofagasta.
No quedó otra cosa que confiarse a don Joaquín Lopeley, director del diario (que Dios lo tenga en su santo reino), y él arregló todo ese tremendo lío, no sin antes echarle una buena reprimenda.
Cuenta Roberto:
En realidad no había necesidad de entrevistar a las autoridades, no encontramos al Alcalde, andaba campo adentro errando animales y todo se hizo en base a elocuentes fotografías. Me acompañaba Julio Brynlidsen, uno de los mejores reporteros gráficos que he conocido.
Después de nuestra información para La Estrella de Valparaíso, el jefe de crónica quedó muy satisfecho, estaba empeñado en una campaña para el mejoramiento de calles y plazas de los pueblos vecinos. Las autoridades quedaron por el suelo. Salió la información y al día subsiguiente el secretario de la alcaldía me citó a responder como hombre ante el alcalde. Fuimos con Brynlidsen a entrevistarnos con el personaje. Yo, por precaución me eché al bolsillo la pistola. En la estación fuimos recibidos por el ofendido, un hombronazo de dos metros de estatura y ciento cincuenta kilos de peso que, después de los saludos de rigor, me invitó a sacarme la chaqueta y arreglar ahí mismo, en plena Estación, el asunto “a la chilena” – es decir - a puñete limpio.
Mientras tanto Brynlidsen se preparaba para lo peor. Yo, al ver que se me venia encima ese tremendo sujeto, saqué la pistola. El alcalde, sujetando sus ímpetus, mostró un buen revolver y me explicó que las cosas en ese pueblo se arreglaban “a lo hombre”. Intervino el secretario quién decidió que era la hora del aperitivo y que podríamos seguir discutiendo en el Circulo Social de la Localidad. Así se hizo, y a eso de la una de la tarde, después de explicaciones y bríndis, todo quedó arreglado, pero tuvimos que aceptar un almuerzo, y a las seis de la tarde acompañar a las autoridades a una Quinta de Recreo, situada en un pueblo vecino, donde había unas niñas “que le pegaban muy bien a la guitarra”. Hubo que complacerlo y sacrificarse como buenos periodistas. A las nueve, el alcalde dejaba su revolver en manos de “la patrona”, como garantía de una cena. Unos 30 minutos después, “mi negra” y la "pluma fuente" de Brynildsen corrían la misma suerte.
En el último tren de la noche llegamos con dolor de cabeza al puerto, pero contentos de habernos sacrificado por la profesión.
Éramos dos caballeros de la pluma con el honor intacto.
Creado el 2015-12-22 10:31:10
Aníbal Campos Parra, más conocido con el nombre de “Holiken” (Oly Kemps), fue la primera persona que hizo strip tease en plena calle y de bar en bar.
Holiken destacaba en varias facetas del arte, escultura, pintura, a mí lo que me gustaba eran sus tallados en madera. Admiraba a ese hombre que con sus rudas manos y un cuchillo cualquiera daba forma y vida a un trozo de madera. Su especialidad era el simpático roto chileno, en todos sus aspectos “curaditos” portando damajuanas, “empinando el codo”, durmiendo sus borracheras afirmado en el mesón de algún bar o simplemente borrachos. Esa era su perdición. Al irse compenetrando en la embriaguez de su obra, sonreía, acariciaba la madera, le brillaban los ojos y le iba entrando una sed inmensa... Terminaba su trabajo con apresuramiento, como hipnotizado, y rápido, muy rápido, encaminaba sus pasos hacia el bar más cercano, vendiendo sus tallados en unos miserables pesos.
En una ocasión, hace 20 años, sufrió su primer ataque nervioso, debido a sus continuas libaciones. Un médico que desgraciadamente no recuerdo el nombre, lo llevó a la clínica del Open Door para someterlo a un tratamiento. Dentro del establecimiento, tanto médico como enfermeros trataban de hacerle grata su permanencia, haciendo la “vista gorda”, cuando Holiken emprendía sus escapadas a Santiago.
Este mismo médico lo encontró una noche botado en las gradas del “Barcarola”, bar de la calle San Diego. Lo llevó a su casa, le dió alojamiento por algunos días, regalándole un terno, zapatos, calzoncillos, calcetines, corbata y una camisa nueva. Le rogó que volviera a internarse para terminar su tratamiento. Holiken agradecido prometió lo que le pedía, y con unos pocos pesos en el bolsillo, partió para el Café Iris, a grandes zancadas y lleno de elegancia.
Fue recibido con expectación. Para hacer honor a su indumentaria invitó a una taza de café a un grupo de sus amigos y partió, sin un centavo, a cumplir la palabra empeñada. Orgulloso como era, no quiso pedir unos pesitos prestados y emprendió caminando su regreso al Sanatorio. Tomó por camino a Puente Alto, doblando por Casas Viejas. Rendido se detuvo en el paradero de La Florida. En Rojas Magallanes, a pocos pasos de la carretera, vio un letrero que rezaba: “Restaurante”, anunciando ricas empanadas de horno. Se le hizo agua la boca. En el mesón trabó conocimiento con el dueño, y entre la charla propuso: - ¿qué le parece si le dejo la chaqueta a cambio de unas seis empanaditas? – el hombre codicioso miró la prenda, - como no señor, lo que usted quiera y ordenó a un mozo de impecable tenida se pusiera a sus ordenes. Ahí también quedó la camisa y la corbata de propina. A pocas cuadras de su destino, otro “Boliche” lo atrajo como un imán. Esta vez la pizarra anunciaba: “rica chicha de curtiduría”. Ya no aguantó más. Entró, - por una jarra bien helada podría dejar los zapatos -, y ésta vez también aceptó el dueño. Con un papel y un lápiz se ganó la simpatía de los parroquianos haciendo sus caricaturas. Los tragos le llovieron. Con una “mona” espantosa y un falso amigo, emprendió la retirada. A la vuelta de la esquina el “amigo” le había robado sus últimas prendas. Cuando golpeó la puerta del Open Door, la voz soñolienta del portero preguntó. ¿Quién es?. Nuestro protagonista, que con el frio se le había espantado la mona y al verse a salvo recobró su buen humor, contestó lleno de gracia: ¡Adán!.
Honraba el Open Door. Solían permitirle que visitara Santiago. Oly, el delicioso, el enternecido compañero , arribaba, infaltablemente al café “Iris“, donde se hartaba de cerveza. Era pintor. Dedicaba sus dibujos de café con sendas frases en inglés. Cuando los dineros escaseaban, Oly recurría a un sistema infalible para conseguirlo: se cocía una cruz negra, pespunteada de blanco en la solapa del vestón, y ambulaba, gimiendo su luto, duelo de una inextinguible familia, por las mesas de los restaurantes y cafés:
Felices los que pueden reír... Yo acabo de perder a mi madre.... – canturreaba.
Al finalizar su tournée sobraba el dinero, que Oly distribuía, luego, a los niños zaparrastrosos de la Alameda, con magnífico gesto de monarca.
El poeta dominicano le proporcionó un aya a Oly Kemps: la magnífica amiga y arquitecto Inés Floto.
Creado el 2015-12-22 10:31:01
Con Julio, me unía una gran amistad. Pintó una tela para mí, sobre un mantel celeste un vaso con una flor siempre viva. En mis continuos viajes, la tela sufrió quebrajaduras. Julio me la pidió para remozarla. Ya en Santiago, mi trabajo en un diario nos alejó. La muerte del maestro a quién quise tanto la supe por la prensa, entristeciéndome hasta el llanto.
Pasó un año, Magali Ortíz guardó para mí una tela de su padre, y sin saberlo era precisamente mi tela. Le gustó la claridad de la pintura, la simplicidad de su composición y decidió ofrecérmela.
Y aquí se complica la anécdota. Dije que era mi tela. Sólo que las queridas manos del maestro, habían pintado junto al vaso y la flor una manzana tentadora...
Creado el 2015-12-22 10:30:52
Iba de chambergo y corbata flotante. Por su atuendo fuera de lo común me extrañó no conocerlo. Subió al tranvía que me llevaba al Puerto. Quedó sentado frente a mí y conversaba preocupado con el amigo que lo acompañaba.
¿A que hora nos espera Mori, sabes bien la dirección?- aún nos queda media hora y su dirección es Av. Brasil 324.
No resistí más mi curiosidad. Íbamos al mismo sitio, lo interrogué:
- ¿Quién eres tú?. Vamos a la misma parte, me extraña no conocerte.
- ¡Tú eres Maria Lefebre! Aseguró, ¡no me digas que no!
- Si, soy Maria Lefebre y tú eres Pablo Neruda. Me dijeron que estabas en Valparaíso.
Poniéndonos de pie nos abrazamos. El amigo soltó la risa.
- Ahora que son tan amigos preséntenme a mí, reclamó alegremente.
Nuestra euforia extrañó a la gente que nos miraba y nosotros, ajenos a todo, conversábamos.
Camilo Mori al abrir la puerta de su taller exclamó asombrado:
- ¿Cómo es esto? Si el presentarlos era la sorpresa que les reservaba.
- Pablo sonriendo y abrazando a Camilo contestó:
- Nos presentamos en el tranvía, ¡ya somos viejos amigos!.
Al correr los años, nos encontramos en Santiago. Su prestigio había traspasado largamente las fronteras. En esa fecha era Presidente de la Alianza de Intelectuales de Chile, donde fui presentada por él.
Creado el 2015-12-22 10:30:43
Cuando Raúl Morales Álvarez se inicio en el periodismo como reportero policial, acababa de cumplir 17 años.
Oiga cabrito Morales, gritó su jefe ¡Apúrese!. En la calle Diez de Julio esquina de Portugal apuñalaron a uno. Averigüe lo que más pueda.
Raúl salió disparado. ¡Era su oportunidad!.
Llegó casi junto con el reportero gráfico. Un grupo de curiosos era disuelto por el guardián.
El herido o muerto yacía cuan largo era en el cantón de la calle. Los reporteros mostraron sus credenciales y, mientras uno enfocaba al caído, el otro interrogaba al “paco” - ¿qué pasó aquí? - ¿a qué hora ocurrió? - ¿y el otro? - el policía con el mismo laconismo contestó: riña, una y cuarto, arrancó.
Era bien poco lo que había podido averiguar. Morales – picado – antes de que pudieran impedírselo, pescando de la solapa al herido le preguntó – ¿quién te mató? – el hombre con voz rabiosa contestó: - Y a vos que te importa “cabro huevón”.
Creado el 2015-12-22 10:30:23
José Monasterio, tuvo pintoresca iniciación en el periodismo. Enamorado de la profesión, frecuentaba con cualquier pretexto la crónica de El Mercurio de Valparaíso. Cierta noche estaba allí cuando sonó estridente la bocina de incendio.
Carlos Alzola, subdirector en aquel entonces, salió corriendo de su oficina, miró a Monasterio y le dijo ¡Bueno y usted... ¿qué hace ahí que no va a cubrir la información?!.
No hubo explicación alguna. Alzola alargó su placa a Monasterio, y éste partió acompañado del gordo Brynildsen, el recordado reportero grafico, al incendio que había adquirido proporciones insospechadas. La primera experiencia periodística del actual comentarista político de varios diarios, fue una lluvia de agua con tanino que le cayó desde un segundo piso sobre su impecable Palm Beach color cascarita recién comprado.
Regresó a la oficina de El Mercurio, redactó la información y al día siguiente Eugenio Palacios Bate, Jefe de Crónica, lo recomendaba como reportero de planta. Así se iniciaba Monasterio en el periodismo. Hoy premio nacional.
Creado el 2015-12-22 10:29:59
Me encontré con Camilo a bordo del vapor Magallanes, le conté de la salida de mis poemas en España y le obsequié la revista “Cosmópolis”, donde aparecían.
Él siempre tan enamorado de Maruja hizo su entusiasta recuerdo y agregó feliz que el premio recién obtenido en el salón oficial acortaba distancias de tiempo. Y entre risas y buen humor confeccionamos un programa de mutuo bombo con algunas extravagantes actuaciones.
A medio día salió a cubierta luciendo la clásica tenida del pintor al estilo Montparnasse. Camisa de seda escocesa, pantalón de terciopelo, borlón negro y amplia capa. En el dedo anular, un gran anillo con un ágata que despedía fulgurantes reflejos bajo la luz del sol.
Al igual y con la misma figura de un prestidigitador, sacó de su capa telas, cajas, cuchillos, pinturas y pinceles. De un montoncito de fierros amarrados, desplegó un atril y ostentosamente comenzó a preparar las telas.
Poco a poco, los pasajeros atraídos por lo insólito de la escena, rodearon mirando los adelantos de la pintura. Camilo trasladaba la fiel imagen del capitán en su puente de mando.
Entonces aparecí yo con ajustada falda, blusa de seda blanca y capa negra que ondulaba elegante al ritmo de mi paso.
Mori interrumpió su trabajo y con voz alta dijo, mientras me abrazaba: anoche leí tus magníficos poemas publicados en España, es un orgullo para ti Maria el comentario tan elogioso de Gómes Carrillo. Te felicito. También yo tengo que felicitarte Camilo – dije, simulando una perfecta emoción – en el diario “La Unión“ de Valparaíso viene un elogioso párrafo para ti. Casualmente lo encontré hoy en la sala de lectura y me lo traje, escucha: “en el Salón Oficial de Bellas Artes fue agraciado con la tercera medalla el joven pintor viña marino Camilo Mori. Felicitamos al joven artista”, yo también te felicito. Un segundo y teatral abrazo nos unió.
Nuestro público que ya no permanecía indiferente, aplaudió con entusiasmo. El capitán, al ver que éramos felicitados por el grupo de pasajeros que nos rodeaba, curioso, bajó del puente de mando; al oír los comentarios de mis versos que Alfredo Camus Valdés administrador de Aduana destinado a Magallanes, acababa de leer en voz alta y al ver su bien diseñada esfinge sobre el lienzo, se unió efusivamente a las congratulaciones, invitándonos para esa noche a cenar en su mesa. Mis familiares y algunas personalidades que viajaban en nuestro barco también fueron invitados. Siendo presentados esa misma noche al director del diario “Austral” de Punta Arenas, que encantado de conocernos nos entrevistó al término de la cena, anunciando con anticipación nuestro paso por los puertos del sur. Para qué decir, en todos ellos fuimos abordados por periodistas.
El capitán Smith, bellísima persona, contaba en otros viajes a sus invitados de mesa: tuve en el barco a dos muchachos encantadores, que a pesar de su juventud eran “famosos”. Ella como poetisa. Él como pintor. Ustedes deben conocerlos: son María Lefebre y Camilo Mori.
Creado el 2015-12-22 10:29:41
Germán Montero, escultor e Ismael Roa, pintor, habían obtenido premios en el Salón Oficial de Bellas Artes. Celebrando tan fausto acontecimiento, empezaron a “tomar” en un boliche clandestino cerca del Teatro Normandie, para continuarla por bares y restaurantes céntricos invitando amigos y derrochando el dinero. 17 días con sus respectivas noches duró la parranda. Ya solos y cansados de ponerle, contaban sus reducidos capitales a las 12 del día en una mesa del Restaurante Black and White.
Buena la tontera – dijo Roa de mal humor – y por las puras, corrobora Montero. Nos vendría bien un caldillo picante, los dos estuvieron de acuerdo pero se les había terminado el dinero. Vamos a almorzar a mi casa convido Montero, los ánimos no deben estar muy buenos pero, a lo hecho pecho, y partieron sin imaginarse la sorpresa que les esperaba. Al llegar a su “hogar”, Montero casi se desmaya, la puerta cerrada con llave, las ventanas herméticas y de la mujer ni luces; en un papel sujeto a la puerta con un alfiler quedó la despedida; “adiós sinvergüenza”.
En el club de la Unión (Unión de Artistas y Bohemios Club Social Pinochet Le Brun) Germán Montero, generalísimo de un ejército de botellas, esperaba a su amigo, el conocido pintor de grandes éxitos Arturo Pacheco Altamirano, hijo Ilustre de la ciudad de Chillan.
A la llegada de Pacheco acompañado de su chofer “el patas de hilo” le colocaron, con toda delicadeza, el vestón a Montero y después lo sacaron de un “ala” para meterlo al automóvil y tomar rumbo a Los Cerrillos. En el puerto aéreo despedían a unos chillanejos “palogruesos”. Montero cuenta: - fue muy regada la fiesta, a la segunda botella de whisky la película se me había borrado. Desperté en una cama que no era la mía y quedé desconcertado al contemplar el desorden de la alcoba: cuadros y espejos quebrados, la cañería del agua rota y mi ropa mojada en el piso. Asustado me puse de pie pensando que la habíamos hecho de oro, salí al pasadizo, también estaba en desorden, las plantas con sus maceteros rotos y en el suelo un armario volcado. Los ronquidos de Pacheco me llevaron a su presencia, éste dormía vestido sobre el lecho, molesto con mis remezones para despertarlo se incorporó reclamando – desgraciados, no me han dejado dormir con la batahola que armaron, ¿quién peleó en el pasadizo? - No tengo la menor idea. Parece que anoche la anduvimos guaneando. ¿Dónde están los otros?.
El dialogo se interrumpe por el llanto de una mujer en la calle, se sienten carreras y lamentos. La sirena de una ambulancia anuncia su llegada. Pálidos se dirigen a la ventana, un grupo de gente da paso a los camilleros, mientras cuatro carabineros retiran de la vereda un letrero caído. Entreguémonos mejor, dice atemorizado Germán. Bajemos, decidió Arturo. En la calle nadie los interrogó, el dueño del hotel en la puerta de su establecimiento vendaba la cabeza de un mozo. La multitud corre, parte el carro policial, quedan solos, espantados. El dueño del hotel no los saluda pero mirándolos asegura - esto no lo olvidarán nunca. Yo... - tartamudeó Pacheco Altamirano – y no alcanzó a decir más porque un fuerte remezón le cortó la palabra y juntos huimos con la gente hasta llegar a la plaza. Ahí quedamos impávidos, la borrachera se nos había pasado como por encanto. Otro temblor. Arturo cae sentado sobre un banco. Yo me persigno y uno mi voz a un grupo de evangélicos que piden misericordia. Esa noche un trágico movimiento sísmico había azotado la ciudad de Chillán. Francamente, dice Montero, acentuando su parpadeo, yo no tuve idea de nada, apenas supe del terremoto y todavía no sé como llegué a Chillán.
Creado el 2015-12-22 10:29:32
Cuando don Enrique Molina era ministro de educación, necesitaba una presentación para los colegios de Santiago y sus alrededores. Con Orlando Canessa en la campaña “del mar a su cocina”, dábamos conferencias y ensayábamos la preparación de guisar con “merluza Seca”, de muy bajo precio y gran cantidad de vitaminas, que regalábamos a esos establecimientos como propaganda, a los pedidos de mayor cantidad.
A pesar de mis encuentros fortuitos con don Enrique - siempre lo he sentido mi amigo - no dudé en llegar a él para solicitarle éste servicio. Eran las 8:30 de la mañana. Me extrañó verlo salir de su despacho. Como siempre, me saludó cariñoso; en el pasillo le expliqué mi solicitud, regresó y nos invitó a entrar a su oficina y, pasándome una tarjeta con membrete del ministerio, me dijo: - escribe tu misma la tarjeta, aún no llega mi secretario; estaré de regreso en 20 minutos para firmarla. Y así fue – 20 minutos justos - firmó y nos felicitó deseándonos buena suerte, y con su caballerosidad característica me agradeció la visita.
Creado el 2015-12-22 10:29:19
A mi arribo al puerto de Corral, me enteré que Gabriela se encontraba en Valdivia.
Traía de Punta Arenas una carta para ella, del pintor español Parmarola.
El señor O’Ryan, práctico de Bahía, gran admirador de Gabriela, se ofreció para llevarme a su residencia. No tuvimos la suerte de encontrarla. Según nos dijeron, visitaba los alrededores de Valdivia en compañía de Agustín Prat y un abogado escritor de esa localidad.
Cumpliendo mi deseo, en sentido contrario venia una lancha, entre sus ocupantes reconocí a mi amiga.
Alborozada la llamé: ¡Gabriela!. Ella, al mirarme y reconocerme contesto ¡María!. Y ambas nos levantamos precipitadamente para saludarnos, perdiendo el equilibrio, y entre una gran algarabía nos dimos un chapuceado abrazo entre las heladas aguas del río Calle-Calle.
Creado el 2015-12-22 10:28:55
Fernando se tambaleó, trató de tomarse de una de las pilastras del templo de San Agustín, quiso abarcarla entera con sus brazos, ¡no podía sujetarse!. Hizo un último esfuerzo, para caer por fin cuan largo era en plena calle Estado, a la salida de la misa de doce... las mujeres se arremolinaron a su lado, también se acercaron algunos señores.
- ¿Qué le pasa a éste joven?
- Es un ataque
- Parece que está muerto
- La botica Petrizzio está de turno - dijo uno de buena voluntad, ofreciendo su automóvil. Lo echaron dentro y caminaron despacio el corto trecho que los separaba de ella, seguido de una veintena de personas. Lo bajaron, tendiendo cuidadosamente en el suelo de la farmacia.
- Puede ser una conmoción
- No conviene moverlo
- Llamaré a un doctor – dijo asustado el boticario
- Déle algo mientras tanto, pidió un señor al dependiente.
- Tiene los labios secos – dijo otra - ¿qué podría tomar?
Como volviendo de los brazos de la muerte Fernando se sentó con gran esfuerzo:
Un tinto - dijo – y se desplomó pesadamente.
Creado el 2015-12-22 10:28:44
Eran los recordados años de las famosas fiestas estudiantiles organizadas por la Federación de Estudiantes del año veinte. Pepe Martínez, por entonces era el alma y alegría de las veladas bufas y del circo universitario.
Pepe no sólo era un consumado actor en los escenarios, sino que también un gran elemento circense. Unida a su gracia inimitable de tony, estaba el saltimbanqui nato. Lo mismo daba saltos mortales en el aire como amaestraba animales a la “alta escuela”, y aún le sobraba tiempo para hacer el “hombre de goma” y el trapecista.
Ese año, pocos días después de las fiestas, ya integrado a sus estudios, aparecieron por las aulas universitarias dos personajes extranjeros del conocido circo Santos y Artigas, de fama mundial.
El señor Santos, sin muchas ceremonias, fue al grano:
Lo buscamos - le dijo - para que firme un contrato con nuestro circo. Vamos en una gran gira y deseamos llevarlo como artista nuestro. Lo hemos visto actuar y sin ningún reparo lo calificamos el tony más perfecto del mundo. Nadie como usted alcanza su multiplicidad. Es usted un tony completo. ¡Diga! ¿Cuánto quiere ganar en dólares?. Partimos la próxima semana.
Pepe se quedó como quien ve visiones. Y, claro está, se negó a aceptar el contrato. El hombre estaba de novio y esto significaba que al amor le cortarían sus alas.
Señor Martínez – insistió el empresario- aquí tiene un contrato en blanco, ponga usted la cantidad que quiere ganar. Yo no me voy sin que usted me lo firme.
Pepe siguió en su negativa alegando que deseaba ser arquitecto. Ellos repusieron: ¿Arquitecto? ¡Usted es tony!... ¿Para qué quiere ser arquitecto...?
Finalmente el señor Santos, se despidió con estas palabras:
- ¡Usted no llegará a ser nunca tan buen arquitecto como siendo el mejor tony del mundo!
Creado el 2015-12-22 10:28:29
En 1946, fue nombrado Vicepresidente de la Caja de Seguro Obligatorio Manuel Mandujano. El día de su nombramiento cayó postrado con una grave enfermedad. La convalecencia fue larga y Manuel quedó medio cojo.
A su vuelta a la oficina, conservó por su eficiencia a la misma secretaria de Alejandro Tinsly, su antecesor, sin fijarse que cojeaba notoriamente.
La dirección del Sindicato de Empleados estaba formada por cuatro cojos y el zunco Sandoval. Todos los días pedían audiencia, hasta que una vez, cansado de su insistencia, Manuel les dijo:
Ustedes vienen todos los días porque piensan que yo pertenezco al sindicato de cojos que ustedes forman y, en consecuencia, tengo que recibirlos. Sepan que, como vicepresidente, soy cojo “apatronado”, y no en “resistencia” como ustedes; por lo tanto, de aquí en adelante tendrán su audiencia una vez al mes.
Y llamando a su secretaria, le comunicó:
Señorita Unzueta, no quisiera molestarla; estoy muy contento con sus servicios, pero temo alguna equivocación. Le ruego que busque en el Servicio un cargo que le acomode y yo la trasladaré; conmigo no puede seguir.
¿A qué equivocación se refiere usted, Don Manuel? – preguntó indignada la señorita Unzueta... Y Manuel contestó divertido:
A que crean que éste es el Traumatológico, y no la Caja de Seguro Obligatorio.
Creado el 2015-12-22 10:28:19
Apremiado por su angustiosa situación económica, Pacha solicitó mi cooperación: hablar con algunos amigos para que mandaran hacer sus retratos al óleo, por la modesta suma de doscientos pesos, casi de cuerpo entero.
Regatearon la suma, achicaron el porte y la cosa resultó; $100, medio cuerpo; $50 de pie y $50 al retirar el cuadro. Las sesiones serían en mi residencia, de cuatro a ocho todos los días. Pacha reunió la fabulosa cantidad de $10.000 al contado. Para los últimos toques, las telas fueron trasladadas por él a su taller.
Pero los días pasaron y Pacha desapareció como por encanto.
Creado el 2015-12-22 10:28:11
El querido maestro tiene su casa en San Bernardo, donde con sus propias manos y en compañía de su discípulo Ricardo Rodríguez, construyó un horno para quemar cerámica. Vive en ese tranquilo pueblo como un moderno San Francisco, de raidos pantalones blue jeans y camisa “colérica”. Junto a él los hermanos animales y las avecitas del cielo.
Le expliqué el motivo de mi visita: "quemar" una figurita de greda regalo de un amigo. Su mano señaló unos tablones sobre caballete de madera repletos de cerámica. Todo esto espera, me dijo confundido y agregó con un ademán de desaliento - no sé cuando prenderé el horno, a una pareja de chercanes se le ocurrió anidar dentro, y no tengo idea cuando sacaran su cría.
Creado el 2015-12-22 10:28:03
Roberto López Meneses, poeta de fina sensibilidad, recibió la visita de su amigo, el doctor Oscar Donoso Barthé, famoso espadachín revolucionario de la federación de estudiantes del año 20.
La esposa de Roberto conocedora de la amistad que los unía, lo invitó a cenar. Para festejarlo, gustosa sacrificó la gallina que Roberto había criado desde chiquita y que constituía un verdadero problema, ensuciando la casa y rompiendo lo que estaba a su alcance.
Una vez en la mesa, precedida de un rico consomé, apareció la gallina en una fuente, estofada con toda exquisitez. Roberto, de una sola mirada comprendió la tragedia; aduciendo un fuerte dolor de estómago se negó terminantemente a probar un bocado, pese a la insistencia de su amigo, que ponderaba las excelencias del plato. Luego, pasaron a tomar el café al escritorio. Oscar interrogó:
¿Qué te sucede, hombre?¿Tienes algún problema?¿Qué te pasa?
Roberto lloraba silenciosamente, hundido en un sillón.
Por favor – insistió Oscar- ¿puedo servirte en algo?
Un poco mas calmado, pero siempre llorando, López respondió:
- ya no... te acabas de comer a mi gallina regalona.
Creado el 2015-12-22 10:27:53
El “guatón Lillo” lo llamaban cariñosamente sus amigos. Como actor era distinguido por el público, que también lo llamaba “guatón Lillo”.
Nos encontramos de vacaciones en Valparaíso. Ambos visitábamos a la familia Salinas, dueños de una gran quinta en el Cerro Barón. Evaristo simpatizaba mucho con los muchachos de la casa, cuatro niños muy mal educados.
Como fin de fiesta, se concertó una competencia de volantines. El querido gordo llevaba todas las probabilidades de ganar. Su volantín, como un pájaro rojo haciendo figuras en el aire, logró estabilizarse victorioso sobre sus competidores.
Arturito Salinas, el regalón de la familia, “picado” por el triunfo, con la crueldad de la infancia, sacando un cortaplumas, cortó el hilo del volantín de Evaristo a pocos centímetros de su mano. El hombre, atónito, miró apenado la caída de su entretenimiento. Entre las risas y el alboroto general, surgió como saeta la intervención del niño, gritando: - El guatón va a llorar, el guatón va a llorar.
Lillo abandonó la competencia, y haciendo caso omiso de las burlas, regresó a la casa... lo seguí comprensiva. Después de un rato de caminar silencioso dijo apenado:
¿Por qué será, Maria?... Siempre es así... cortan el hilo de la felicidad a poca distancia de mi mano.
Creado el 2015-12-22 10:27:45