Vida y Obra de María Lefebre

Nerihanna María Lefebre Lever nació el 7 de febrero de 1902, hija de Enrique Lefebre y María de las Mercedes Lever Cáceres (hija de Ricardo Lever Gordon). Proveniente de una acaudalada familia, los Lefebre fueron propietarios, entre otras posesiones, de lo que hoy conocemos como el cerro Castillo en Viña del Mar.

Desde temprana edad, María demostró un interés genuino por la literatura y la filantropía. Publicó un libro de poesía titulado “Quitral”, que recibió elogios de figuras destacadas como Guillermo de Torre, quien en la Revista Cosmópolis de Madrid, celebró su obra con entusiasmo. Además, fue fundadora de la Revista Selecciones Nacionales de Ciencias, Artes y Letras (1943-1945), la cual, como destacó Lidia Boza en El Imparcial, contenía “artículos de fondo, poesías, cuentos, pinceladas e impresiones nacionales e internacionales", y dedicaba algunas páginas a "nuestros hermanos del continente", en la sección titulada “Voces de América”.

Una historia que refleja su carácter generoso la muestra de niña, cuando organizaba rifas para regalar sus juguetes a los niños pobres que jugaban en los jardines de su mansión en la calle Álvarez, Viña del Mar. Todos los números de la rifa estaban premiados, y María, en su coche tirado por cabras, repartía regalos entre los niños más necesitados. Fue este altruismo el que le valió el apodo de "la princesita del dólar", un reflejo del cariño que despertaba entre quienes menos tenían.

María fue una mujer apasionada y sensual, atrapada entre amores y desamores. Su primer esposo fue el poeta Carlos Barella, aunque fue Ramón Rodríguez a quien ella misma consideraba su gran amor. Sus sentimientos y vivencias quedaron plasmados en su poesía, como en el poema “Humo”, donde se percibe su encanto especial, su sutileza erótica, y la nostalgia que la caracterizaba.

Mientras yo me desnudo
con desgano y pereza
va surgiendo entre encajes
mi soberbia esbeltez,
Y hay como un aleteo
de la luz en la pieza
cuado frente a la lámpara
se alza mi desnudez.

Mientras yo me desnudo
vas urdiendo quimeras
las axilas, los pechos,
las esbeltas caderas,
hacen que en el reposo nocturno
más me adores.

Y mientras en un sueño fantástico
me sumo, me vas viendo
a través de las volutas de humo
como en un cuento de Rabindranath Tagore.

La obra de María Lefebre no solo fue literaria, sino que inspiró a muchos intelectuales a escribir sobre su personalidad única. La describían como una figura inmortal, una fuente inagotable de vivencias, alguien capaz de mezclar lo simple con lo complejo, el dolor con la alegría, y transformar lo cotidiano en algo extraordinario.

María fue una mujer fuera de su tiempo, una visionaria cuyos días transcurrían entre amaneceres llenos de magia y noches cargadas de sueños y esperanzas. Era una confidente de espíritus inquietos, y sus naipes mágicos hablaban de días de gloria, calmando ansias y pecados. En su vida, lo real y lo fantástico se entrelazaban en una danza perpetua.

En uno de los recuerdos más vívidos, Andrés Sabella la describe como una figura mágica: “¿Es que ya no veremos a María conversando con duendes en la esquina o trayéndose el mar hasta su pieza?”. Su vida estuvo rodeada de misterios, de energías cósmicas, como si el universo mismo la hubiera dotado de un saber ancestral.

María Lefebre Lever falleció el 18 de agosto de 1972. Su muerte marcó el final de una era, un tiempo en que la vida se vivía con intensidad, con amor por lo bueno, con la ilusión de transformar el mundo. Con su partida, se llevó consigo un legado de sueños, de pasiones y de una risa que rompió los esquemas de lo convencional.

Así, la figura de María se va diluyendo en el tiempo, como una estrella que desciende del cielo, dejando tras de sí un eco de nostalgia y un lamento en el vuelo de los pájaros. María se fue, como una figura legendaria, como en un cuento: "Érase una vez, una niña nacida en un castillo de Viña del Mar…"

Sylvia Baronti Barella, 2001.

NOTA: A la fecha de la esritura de esta reseña, no se había publicado el Puelche. Obra póstuma de María Lefebre, de María Lefebre.