Artículos de Opinión

Juan Francisco González, el famoso maestro de la pintura chilena, insistía que su primogénito siguiera sus mismas aguas. Huelén se defendía diciéndole:

Si soy un pintor menos que usted no vale la pena que pinte; si soy igual que usted, todos dirán que lo imito, y, superarlo lo veo muy difícil. Por favor, padre, déjeme ser un buen dibujante. Usted ya me dio los cuatro elementos básicos: proporción, movimiento, perspectiva y armonía. Ahora, déjeme solo.

Y así fue como llegó muy joven a estudiar dibujo donde Pascual Ortega. Después de unos días de clases, éste le dijo: - usted sabe demasiado para estar conmigo, váyase a estatuaria.

Su nuevo maestro fue Virginio Arias, autor de “El Descendimiento” premiado en el salón de los artistas franceses. A los pocos días corrió igual suerte que en sus primeras andanzas. Arias le aconsejó: - Muchacho, tu estarías mejor en “Desnudos” con Álvarez Sotomayor.

Huelén, cansado, miró sus zapatos rotos con desaliento, y sin meditarlo más, se encaminó hacia el estudio del maestro. Sus pies tropezaron con un lápiz “sanguina”, que lo recogió; sus recursos eran escasos y él no hubiera podido comprarlo. “Buen augurio”, pensó optimista y entró a clases sin esperar la entrada del maestro; tomó colocación frente a un caballete desocupado y esperó...

La llegada de la modelo, con su paso menudito y su cuerpo cimbreante, dio un toque de alarma a su infantil corazón. ¡Que linda era!. Parecía una auténtica maja de Goya con su fina elegancia y unos ojos... ¡qué ojos!. Sonriente contestó el saludo de los alumnos y subió a un altillo para tomar colocación recostada sobre unos cojines: ahí se quedo quietecita como un animalillo regalón que espera una caricia. A Huelén alguien le pasó una cartulina. Fascinado principió su trabajo. Sin que lo notara, entró el maestro; tan abstraído estaba, que ni siquiera se movió. Álvarez Sotomayor, acercándose al él, lo miró extrañado:

- ¿Quién es usted?, indagó, mientras contemplaba el boceto con mirada aprobatoria.
- Juan González.
Se escucharon algunas risas. La generación del trece componía la clase. Pedro Luna, gran amigo de su padre, advirtió:
- Es el hijo de Juan Francisco, maestro.

- Ahora me lo explico. Tu dibujo es magnifico, Juanillo. Esto merece un premio... y registrando sus bolsillos, no dió con mas recompensa que un cigarro puro, que se lo ofreció, advirtiendo “cuida que no te haga daño”.

La modelo, curiosa, pregunto:

- ¿Puedo ver el bosquejo, maestro? La venia de Álvarez Sotomayor le permitió correr donde Huelén. Miró el dibujo y gritó “que linda estoy”... y entusiasmada estampó dos sonoros besos en las mejillas del muchacho, quien feliz y avergonzado salió corriendo del taller para refugiarse en el Parque Forestal y llorar.

Falto de ternura y amor, esos besos le hicieron el más feliz de los hombres...

Este contenido es parte de los manuscritos del libro Puelche, que María Lefebre preparaba antes de su partida.

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