Artículos de Opinión

PRÓLOGO
Por Hugo Baronti Barella

Algo de mí se fue con los letreros enlozados,
esos que inundaban los cielos del centro
con luces multicolores y tipografía romántica
De calle Bandera
Del Matadero
De los bares del puerto
De San Diego y la Estación.

Algo de mí se fue en una góndola,
en el tranvía de la Avenida Brasil.
En el último viaje en el tren marrón,
esos con maquinistas colgados
a las bocinas humeantes
anunciando el arribo
en Valparaíso, en Chillán
en las ciudades de los clubes sociales
esas con plazas y paseos con zapatos rojos
y vestidos de lunares flameantes
que jugaban coqueteando
con la briza del atardecer.

En aquellas ciudades de poetas pululantes
con maletas con libros autoeditados
cocidos a mano, dedicados,
ganadores del premio nacional.

Algo de mí se fue en los chambergos y las corbatas flotantes
El pantalón de terciopelo o el de “diablo fuerte”
el borlón, la capa
y el sombrero alón.

Algo de mí partió en el vapor Magallanes
y en el América.
A babor, pañuelos de encaje
y sombrillas floreadas, a estribor.
Leyendo la crítica literaria,
la sección más importante
del matutino local.

Algo de mí quedó en las comidas sureñas
con frutos de la estación.
Caldillos picantes.
Ajos lustrosos y tomates nevados
y lechugas cortadas en la noche,
esas, sorprendidas besando a la luna
para terminar alegrando ensaladeras
en la mesa del mantel cuadriculado
bajo el árbol testigo de nuestro amor.

Algo de mí quedó en el Café Iris
en las risas de El Cocodrilo
en las declamaciones del Huelén
En el par de ángeles gordos,
tinto y blanco, del Black and White.
En los bailes
sobre sillas y mesas del Shangay Lily.
En el recitar a gritos a los poetas franceses
en el Santa Lucía
en el puerto de nuestra infancia
y sobre la carreta de caballos con zanahorias
por la Alameda de las Delicias
del chacarero amable de la Vega Central.

Algo de mí quedó en la resaca de la mañana
gracias a la voluminosa Damajuana
y el vaso casi transparente,
que me hacía dibujar historias
en los muros de la ciudad
en la arena del litoral
en el papel martillado
por el golpeteo apasionado
de las teclas en mi Underwood.

Algo de mí quedó en las caminatas zigzagueantes
del Parque Forestal
Las que conducían inexorables
al subsuelo de nuestra bohemia
ese, de Ismael Valdés.
Ahí donde multiplicábamos sueños y peces
en el fogón mantenido por los dioses
para seres buscando una primera cena
o una última comunión.

Coloane, Mori, Ferrero, Sabella...
y tantos compañeros entrañables
que viajaron con la noche pura y dura,
esa, llena de estrellas
que iluminaban apacibles
el camino hacia mejor.

Algo de mí quedó arraigado en el alma
de los buscadores de la eternidad.

Si “todas las mañanas del mundo
son caminos sin retorno”,
Todas las noches del mundo
son el retorno a la libertad.

Algo de mí se fue con la historia
Y algo quedó en este lugar
En el que nací y renací
rodeada de duendes.
Viendo la suerte a los gitanos.
Iluminando el camino de los ángeles.
Consolando demonios arrepentidos.
Y haciendo poesía con magia
esa, la que solo se obtiene
cuando se vive viviendo
amparada en amor.

7 de Febrero de 2016

Este contenido es parte de los manuscritos del libro Puelche, que María Lefebre preparaba antes de su partida.

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