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Sonó la campanilla del teléfono, apenas se oía la voz del médico-poeta Alejandro Reyes, quien hablaba desde la Estación del Puerto en Valparaíso. Acabamos de llegar de Santiago. Estamos en la Estación: Juan Egaña, su mujer, Marta y Moisés Cáceres. Tú lo conoces, estudiante de Ciencias Jurídicas. Queríamos darte una sorpresa, pero las circunstancias lo han decidido de otra manera. Encontramos votado en la Estación a un amigo nuestro. Dime si podemos llevar el cadáver a tu casa.
¿Qué? – no me salió la voz para preguntar más.
Está aquí a mi lado. Juan anda buscando la caja. Chela te llevará flores y yo, con todo respeto, te entregaré el “fiambre”.
Casi me desmayé. Ya la casa estaba llena de gente. Zoilo destapaba en ese momento una botella de Cognac Napoleón.
¡Auténtico Courvoisier! – gritaba - ¡Miren que soy complaciente! Abriendo la botella para que tomen otros. Yo, ni probarlo; el licor es la perdición del hombre.
A mi alrededor estaba la mayoría de los artistas porteños, y en esos momentos, Joaquín Valladares con su guitarra encintada, cantaba cogollitos para mí.
No lo creo muy oportuno, tartamudeé.
¿Por qué?. Ya está oreado, no te molestará en nada.
Tapé el fono con la mano para no ser oído por Alejandro e impuse silencio, explicando a mis amigos la tragedia y rogándoles se retiraran. Julio Walton y Enrique Ponce decidieron acompañarme hasta el final. Los otros estarían en El Restaurante Alemán a una cuadra de mi casa esperando los acontecimientos. Acepté que lo trajeran y en la escalera Julio, Enrique y yo, como idiotas, aguardábamos la llegada del muerto.
Desde la calle llegó un coro de voces acompañados por los acordes de un violín: “Happy birthday to you”, “Happy birthday to you”. Corrimos atropellándonos para imponer silencio y explicarles a los visitantes que, en breve, tendríamos un velorio. Y cual no seria mi sorpresa al ver a los esperados viajeros de Santiago, más un hombre pálido que tocaba el violín. Estallé en ira. Vinieron las explicaciones... todo había sido un malentendido. El cadáver era Alberto Valdivia del cual yo desconocía su apodo. Graciela me traía un hermoso ramo de flores. Juan había encontrado la caja del violín en la oficina del Jefe de Estación y Alejandro, me entregó un gran paquete de fiambres. Después de las explicaciones, avisamos a los otros que aguardaban para que regresaran y, aún con más entusiasmo, continuó la fiesta de mi santo.
El “Cadáver” era de la vieja guardia. “De efigie doliente, magra y solitaria – como relata Sabella - el poeta Alberto Valdivia Palma era la dignidad de la miseria, ¡transparente camarada ejemplar y artista de selección, hundido en la ciénaga de la morfina! Valdivia cruzaba la noche en todas direcciones. En 1932, los pobres y los poetas comíamos en las cafeterías populares. Con sus mesas de morgue, sus chorizos con puré a sesenta centavos, sus tazas de café con leche, insondables y pesadas, y sus panes “pericos”, no las olvidaremos los que ahí refugiábamos nuestra joven bohemia.
En la cafetería popular de la calle Bandera, sita en los bajos del cabaret “Shangai Lily”, intimamos con Alberto Valdivia. Caían las noches, y, como si lo descolgasen de una estrella de manicomio, aparecía el “Cadáver”, cubierto por un sobretodo inmenso, para su talla y su flacura. Debajo de su brazo no faltaba nunca un paquete envuelto en diarios. ¿Qué guardaba en este bulto clásico de los náufragos de la ciudad?. Sencillamente, el útil de su deleite y de su muerte: la jeringuilla del vicio. Valdivia sugería una figura de cera. Su delgada y ganchuda nariz de husmeador de “la felicidad perdida” era la proa de la pobreza. Como el grabador Ricci Sánchez, víctima, asimismo, de la droga, Alberto pisaba la noche con pie de niño maltratado. Yo aseguraba a los amigos: - Alberto camina a su propio funeral...
Él musitaba con unción, como rezando sangre, la estrofa final del poema “Horas pasadas”, de su libro “Romanzas en gris”, editado en 1922:
“Recuerdo las tristezas del campo solitario;
el beso de la noche, la música del viento,
y aquel rayo de luna, caduco, imaginario,
que iluminó la fosa en el postrer momento”.
Pocos días antes de morir – continúa Sabella - conversamos, casualmente, en calle San Diego. Corría noviembre de 1938. Alberto falleció en la casa de Orates. Cuando le fui a visitar, para entregarle lo que me encargaba, recibí la noticia. Inmediatamente acudí a la botica de Pepe Lafuente Vergara, para compartirle mi angustia. Pepe me sentó ante su máquina de escribir; de este modo, señalaba mi deber: el artículo se insertó en “Vanguardia Farmacéutica”, que él dirigía. En “La Opinión” Víctor Domingo Silva, firmando con un pseudónimo, Cristóbal de Zárate, elogió a Valdivia, nombrándolo hermano de Juan Ramón Jiménez.
Creado el 2015-12-22 10:35:43
Bajo la dirección de Alfonso Toledo, entusiasta colaborador de todos los adelantos de Limache, se había formado un grupo de artistas campesinos, amantes del arte escénico. Este conjunto fue solicitado para actuar con una de sus obras, en el mejor teatro de Limache. La función sería a beneficio del hospital de esa localidad.
Con éste objeto se pondría en escena una parte de la obra “los intereses creados” de Jacinto Benavente.
Los diarios locales anunciaron el acontecimiento a grandes titulares y el día de la función “el lleno” era total. Los hospitalarios acudieron en masa aplaudiendo a rabiar el esfuerzo de éstos jóvenes actores y, tal fue el entusiasmo, que pedían a gritos que se presentara el autor, sin dar paso al cuadro alegórico que venía como fin de fiesta. Una de las integrantes del conjunto pidió a Toledo: - “don Alfonsito, ¿No podría salir usted y saludar para que se calle esa gente y poder continuar con la función?” – Toledo, indignado, protestó: - cómo se le ocurre Aurorita, ¿está loca?. Pero el chivateo continuó... que salga el autor... que salga el autor.
Toledo decidió salir y explicar al público que el gran autor Jacinto Benavente residía en España. Pero todo fue inútil. Una salva de aplausos coronó su salida, no quedándole otra cosa a nuestro poeta que, emocionado, saludar como don Jacinto.
La utilidad de la función fue suculenta. Un grupo del personal de beneficencia, lo llevó casi en andas, al Club de los Practicantes. Demás está decir que lo siguió otro grupo de los asistentes a la función, admiradores de “Benavente”. Toledo, al finalizar el ágape, ya completamente compenetrado en su papel de dramaturgo, en elocuentes frases cerró la manifestación.
La segunda nota cómica fue la de don Orfanor Maldonado, huaso rico de Olmué, habló así: - “oiga don Benavente, todo anduvo re´bien, buena la comida y buena la función, pero yo tengo un agravio con Su Mercé, yo fui re amigazo de su señor padre – que Dios tenga en su gloria – El señor civil, su papá, era de reconocida voluntad y honradez y lo único que me está doliendo es que se haya cambiado el nombre, cuando harto orgulloso debía estar de llamarse Toledo. Por demás, como Benavente, no lo conoce “naiden” en Limache.
Creado el 2015-12-22 10:35:36
Gran periodista y gran amigo. César Silva, me contaba el comienzo de su amistad con Pablo de Rokha.
Sí, pues María, fue en esos tiempos en que las peras eran más sabrosas y los árboles, sin nada de artificio, cargaban más de fruta. Fue en una quinta; una enorme rama de peral salía hacia la calle luciendo doradas peras de agua. Tú comprenderás, eso era una tentación pública y esa rama cargada de frutos, caía en la calle de nuestro colegio. Un grupo de niños, entre ellos yo, no resistió a la tentación y armados de palos y un gran canasto, fuimos cosechando peras y comiendo golosos.
Por sobre la muralla apareció una cara recia de muchacho que nos increpó sarcástico:
“Carajo, robando peras ¿no?”
- Nosotros, ya creciditos, conocíamos algo de leyes, y replicamos:
- Las peras que dan a la calle no son tuyas.
- Que saben ustedes, eso en toda tierra se llama robo.
- ¿Quieres pelear?, Dijo el más guapo de nuestro grupo.
- Para qué, no es que les tenga miedo - y una ancha sonrisa abarcó su rostro - pasen mejor.
- ¿Quieres pelear adentro?
No, quiero convidarles peras. Son mías. Traigan el canasto, entren por la puerta. Aquí lo llenaremos. Son más ricas comerlas sentados a la sombra de un árbol.
Creado el 2015-12-22 10:35:27
Se estrenaba en el teatro municipal de Iquique una de las mejores obras de Víctor Domingo Silva.
Al finalizar la función, un público delirante pedía que el autor le dirigiera la palabra. Desde el escenario, visiblemente emocionado, Víctor Domingo agradeció el homenaje. Terminada su brillante improvisación miró al palco de la Intendencia, en el cual me encontraba. Hizo un cariñoso saludo que correspondí orgullosa.
No sabiendo como expresarle mis simpatías, de pie, uní mis aplausos a la cariñosa ovación. De todas partes caían flores sobre el poeta, fue mi aplauso tan emotivo que rompí uno de mis guantes de encaje, sacándomelo, lo lancé al proscenio gritándole: - lo rompí aplaudiendo.
Al día siguiente llegó a mi residencia del “Chalet Suizo”, un bouquet de flores y un sobre con estos versos:
Cual dos alas de galceta
Batiste las manecitas
en homenaje al poeta,
Tus manecitas bonitas
Tanto como tú discretas.
Y de tal modo aplaudiste
Con ansias tan delirantes
Que sucedió un caso triste
Sin sospecharlo rompiste
La fina tela del guante.
Que delicado trofeo
Resulta ese guante así
Mirándolo pienso en ti
Y como entonces te veo
Batiendo palmas por mí
Maria
La gloria, ráfaga errante,
No sé por qué maldición
No nos halaga un instante
sin romper algo: hoy un guante
Y mañana un corazón.
Creado el 2015-12-22 10:35:19
Ernesto Silva Román, fue elegido diputado en el Congreso Termal, debido a que largas sociedades obreras del norte lo habían designado Presidente Honorario. Muchos miembros prominentes del ibañismo se opusieron, pero don Carlos insistió en su designación.
Mientras desempeñaba este cargo recibió muestras de afecto y de estimación de muchísimos Diputados. Entre ellos, se distinguió un excelente abogado que trató, en todo momento de ser su amigo.
Después de la renuncia del General Ibáñez, tuvo que subsistir vendiendo el menaje de su casa, pues nadie quería darle trabajo al “Canciller Negro”.
Cuando sus pocos recursos se acabaron, Enrique Renard, que había sido siempre anti-ibañista, le ofreció su casa en Quintero, para que tuviera un techo y comida segura. Él y su primera mujer, gozaron de su cariñosa hospitalidad, por mas de un año.
Un día vino solo a Santiago, con el objeto de buscar trabajo o algunos medios económicos. Todas sus gestiones fallaron. La noche de ese mismo día estaba comiendo en una modesta pensión de la hoy llamada calle Portugal, cuando llegaron dos agentes de Investigaciones a detenerlo.
Fueron muy deferentes con él, dejaron que terminara de comer y le advirtieron que podían trasladarse en taxi a Investigaciones. No pudo aceptar esta oferta porque no tenia como pagar la carrera, por ese motivo se fueron en tranvía. Es muy probable que nadie capte el momento emocional, la inquietud y la desesperación de un hombre que lo detienen y no encuentra a quien recurrir y ni la manera de avisar a su mujer que esta preso. Subieron al tranvía y avanzaron hacia la plataforma delantera. En ese instante, divisó a su “amigo” el Diputado abogado, y se dirigió a su asiento.
Fulano - le dijo – me llevan detenido...
Y no alcanzó a decir más. Aquél hombre que siempre se había demostrado apacible y bondadoso, se echo hacia atrás y agitando las manos por delante de su rostro, le grito:
Váyase. Retroceda. A usted no lo conozco...
No sé en qué forma prosiguió su camino. Quizás lo empujaron o lo sostuvieron los detectives. No supo nada de él hasta que lo encontró encerrado en una oficina de Investigaciones con un detective en la puerta.
Por aquellos años – 1927 – el seudónimo de “el Canciller negro” obsesionaba al país. Sus artículos habían provocado un hondo revuelo nacional y nadie, fuera de Ibáñez, Alejandro Lazo, René Montero y dos o tres más, conocían la identidad del periodista que se ocultaba tras ese nombre extraño.
En su primera gira a provincia, el Coronel Ibáñez lo invitó y así llegó a Osorno, en donde era director de “La Prensa”, un excelente amigo con el cual compartieron una fraternal e intima camaradería en la ciudad de Temuco. La noche de su arribo, éste amigo, cuyo nombre no hace al caso, le ofreció una comida a la que asistieron una decena de periodistas osorninos. Eran jóvenes y la comida fue excelente, se bebió como se bebe en el sur.
Cerca del amanecer, el amigo lo llevó a un rincón y le dijo, mientras lo abrazaba efusivamente: - Ernesto, mi amigo de siempre, te voy a contar un gran secreto, pero te ruego que no lo divulgues. Se separó de él y con la voz trémula de emoción agregó – Yo soy el Canciller Negro.
Naturalmente que lo felicitó con ardor. Después, lo fue a dejar al coche dormitorio y se separaron. Nunca más lo volvió a ver. Ese amigo murió hace años.
Creado el 2015-12-22 10:35:10
Éramos cinco, Fernando, Eliana y yo, y los poetas Carlos Barella y Pedro Sienna, eufórico, esa noche tenía una cita de amor, lucía impecable con su tenida oscura.
Decidimos ir a dejarlo en el automóvil de Fernando, que era un convertible del año 20, Pedro se acomodó sobre la capota plegable. Ebrio de romanticismo, recitaba poemas. Entre ellos éste alusivo a su sentir del momento:
Yo sé que es harto triste mi señora
Tener un alma así como la mía,
Que no debo vivir como hasta ahora
Que sólo un gran amor me salvaría
Llegamos al sitio de su entrevista. Desbordante de energía, en un limpio salto estuvo en el suelo. Sentimos como el rasgarse de una tela y contestamos a su amplio ademán de adiós.
Nos dio la espalda y se encaminó rápido a su destino. Nuestros ojos espantados se clavaron en el blanco insolente de sus calzoncillos, que inmisericorde asomaban rompiendo su elegante figura. Prendido de la capota, ondulaba la parte trasera de sus pantalones.
Creado el 2015-12-22 10:34:58
A la puerta del “Black and White” conocí al gran Manolo Segalá, poeta y pintor catalán. Lo convertí en feligrés de la calle Bandera. Con intensidad semejante adoramos los ojos de Berta, no los de la heroína del poema de Boudelaire, sino los de la niña más encantadora del desaparecido café “Huelén”.
La aventura más gorda de Manolo es ésta: llovía a cántaros; dejábamos Bandera, rumbeando por Rosas hacia Puente, cuando Segalá, también sintió deseos de “llover”... Disponíamos continuar la marcha, y nos paró, de la sombra, una voz de autoridad:
Detenido el más grande, por falta a la moral...
Manolo desplegó una aguda dialéctica-literaria que no convenció al Carabinero. Transcurrían los minutos. Participé en el debate. Cité jefes amigos, indiqué la calidad de extranjero de Segalá, alabé sus títulos. Debió ser muy gruesa mi carga de dinamita, porque el carabinero aflojó:
Por esta vez, puede marcharse tranquilo...
Pero Manolo, sonriendo ferozmente, se abalanzó contra él, exigiendo lo inaudito: que le condujese preso a su comisaría:
Por mí no ha de faltar usted a las leyes chilenas... Yo soy un caballero español... Condúzcame a prisión y deme tormento...
Trabajo costó evitar que no llegase Manolo al cuartel con el carabinero a cuestas.
Creado el 2015-12-22 10:34:46
Con Eliana, le dijimos a nuestros maridos, que esa noche nos gustaría cenar en un boliche del bravo barrio Matadero. Fernando y Ramón, aceptaron encantados. Salvador Reyes, que llegó en esos momentos, fue el invitado de honor.
Llegamos donde “Jacques”, Fernando pidió los platos de la casa: cazuela de pava, mollejas con puré y el tan famoso vino soleado de Lontué.
Transcurrió la cena en medio de una calma y tranquilidad absoluta que a nosotras nos llenó de desilusión, ¡habíamos esperado tremendos acontecimientos! El Matadero es un barrio famoso por su exaltado vivir. Hasta ese momento era lo mismo que cenar en el más distinguido restaurante céntrico. Burlados regresaríamos a casa. En el momento de tomar ésta determinación, entraron al local seis “pijes de barrio”. Con suprema insolencia pasearon su mirada por los comedores y al descubrirnos “buenonas”, trataron de lucir su incultura en procaces piropos, haciendo caso omiso de nuestros acompañantes. Fernando en ese entonces, robándole tiempo a sus trabajos intelectuales, era aficionado al deporte, el box era su preferido. Demostró plenamente la eficacia de sus conocimientos, tendiendo cuán largo era de una magnifica bofetada al que hacía de cabecilla. Se cumplieron nuestros sueños, la realidad superó a la fantasía; volaban las mesas, las sillas y todo proyectil factible de ser esgrimido en el ataque o en la defensa.
Con Eliana habíamos buscado refugio cerca de un balcón y mirábamos caer y arrastrar en calidad de bultos uno tras otro, los matoncitos promotores de tan feliz pelea.
La policía, se hizo presente y en sus indagaciones, preguntó a una mujer del grupo callejero que presenciaba los acontecimientos: ¿qué pasa aquí?
Debe ser un incendio – dijo la mujer - ¡Gracias a Dios!, Hay dentro tres caballeros que han salvado a éstos jovencitos asfixiados, tirándolos por la ventana ¡por suerte fue en el primer piso!.
Creado el 2015-12-22 10:34:35
Siempre con Andrés, teníamos algún programa de festejos; ésta vez le tocó a una publicación suya que acababa de salir a la circulación, y para tan solemne oportunidad decidimos visitar el “Cocodrilo”. Famoso por su ambiente, quedaba pasado la Estación Central, allá por donde el diablo perdió el poncho. Nuestra cena fue todo un éxito, una mezcla extraña de lo divino y lo humano, dos ángeles gordos, blanco y tinto, presidían nuestra mesa, uniendo los delicados versos, a la gallina que golosos comíamos a pura mano. Hasta aquí todo anduvo bien, pero el regreso fue una tragedia, nuestra fiesta principió en la víspera de un primero de mayo, por ser tal fecha no había locomoción y, para colmo, una lluvia imprevista caía despiadadamente empapándonos.
Pasó un carretón cargado para la Vega Central sin toldo y repleto de lechugas y zanahorias; hicimos parar al chacarero dueño del carretón, después de oír nuestras cuitas nos invitó a subir, prometiendo dejarnos en el “Iris”, restaurante - fuente de soda frente a la Iglesia de San Francisco; sitio de reunión de artistas y bohemios. Irma Astorga, tendida románticamente sobre las lechugas, recitaba estos versos de Verlaine, sin salirse de las dos únicas estrofas que sabia: “llanto en mi corazón y lluvia en la ciudad / que lánguida emoción, me rompe el corazón”.
Andrés Sabella suspiraba, y lloraba mezclando sus lagrimas con la lluvia, Ramonet Reina y yo tiritando de frío en el pescante. Nuestra llegada al “Iris” fue triunfal, alguien dio la voz, salieron hasta los mozos a recibirnos, en un santiamén humeaban en nuestra mesa sendas tazas de café negro. Esto fue el comienzo de la pulmonía de Andrés.
Fui a verlo al hospital San Vicente, el padre del poeta se paseaba preocupado frente a su pieza, hubo el siguiente dialogo:
¿El señor Sabella?
A sus órdenes señora
Soy Maria Lefebre, muy amiga de Andrés, me dijeron que necesitaba sangre del grupo 2, para su transfusión, es la mía, en el momento que usted quiera puede disponer de ella.
Gracias, gracias, muy amable de su parte, tome asiento señora, luego vendrá una enfermera (breve silencio).
- ¿Y como está Andrés?
- Mal, mal, este hijo mío no se cuida
- Debe haberse enfermado después de la cena del “Cocodrilo”
- ¿Dónde?
Y para entretenerlo, ya que estaba muy preocupado, relaté con lujo de detalles nuestra odisea del primero de mayo, poniéndole término justo cuando llega una enfermera que supuse seria la encargada de sacarme sangre, me levanté para seguirla, pero el señor Sabella con una mueca que quiso ser sonrisa, me suplicó, sujetándome por el brazo:
- Por favor señora, muy agradecido, pero no de sangre a ese pobre hijo mío, loco él, ¡loca usted! Saldrá peor que antes.
Creado el 2015-12-22 10:34:25
Mujer fecunda y escritora vigorosa. Winett explora los campos miríficos del subjetivismo y de la fantasía. Sus poemas han sido difundidos por todos los ámbitos de América, como el mensaje de la nueva esencia y la nueva forma de la poesía en Chile.
Cultiva la manera simbólica en la expresión de la belleza y un sentido filosófico trascendental en la médula de su concepción.
Creado el 2015-12-22 10:34:16
La Gran Avenida llevaba a la casa de Pablo y Winett de Rokha. En una de sus calles transversales, tenían una quinta; en la quinta, un sauce; bajo él una mesa que circundaba al añoso tronco del árbol.
Pienso que, al evocar la casa del artista, el sauce y la mesa, tendrían que aparecer alrededor de ella, grandes figuras políticas e intelectuales que visitaban al magnifico poeta. Pero... voy a confesarlo, en mi recuerdo surgen enormes choros amarillos, almejas, longanizas, doradas gallinas y jarras gigantes con vino blanco y tinto. También veo platos soleados en Pomaire y Talagante, llenos de aceitunas, chancho en piedra, cebollitas nuevas, rabanitos y el verde y sabroso cilantro.
Me gustaba ver llegar a Pablo con su carga de paquetes de la Vega Central o del Matadero. Al grito potente de “Luisitaaaa”, que desde la puerta anunciaba su regreso, salían todos a recibirlo; los chiquillos en tropel, la empleada seguida de Pasionaria, su cría; Coronel, el perro, dando saltos y meneando la cola y, a estas alturas del recuerdo, aún no me explico cómo la querida amiga ausente era la primera en llegar a rodearle el cuello con sus brazos. ¡Nunca faltó un delicado recuerdo!. Luisita amaba las flores, y, el poeta amante trajo para ella las primeras violetas.
Cuantas veces miré a Luisita enamorada. ¡Feliz! Reclinar su cabeza plateada en el viril pecho del hombre. Volvía la alegre caravana y se cumplía el rito de distribución bajo la mirada autoritaria del dueño de casa. Paquetes a la cocina, a la mesa del sauce y a la despensa, un subterráneo aderezado hermosamente con los productos de la tierra: cebollas colgando de las vigas del techo, cuelgas de ajo en las paredes, y formando montones en canastos: verduras y hortalizas.
Continuaban las órdenes, risas y carreras. Llegaban como siempre las visitas, Coronel, juguetón, ensuciaba los trajes con sus patas llenas de tierra: “Amarren a ese perro ¡carajo!...”, pero la orden se olvidaba entre alegres saludos. Eran todos felices junto a la mesa abriendo choros, estrujando limones, despresando gallinas, mientras el vino brillaba en los vasos. ¡Salud!. Pablo insistía con su cordialidad, Coronel meneando la cola engullía esqueletos y cogotes, las aves, libres de su prisión, contentas, disputaban al perro sus regalías.
Era el corazón de Pablo como un océano envolviendo su hogar-isla, en la cual se alzaba señera la figura de Luisita. Ahora camina el hombre solo, cargado de soledad. Ya no existe la puerta donde él anunciaba su llegada: ¡Luisitaaaa... !.
Creado el 2015-12-22 10:34:07
Un fatal accidente en Valparaíso, dejó al conocido Luis Romero sin su pierna derecha. Todos los cómicos concurrieron al hospital, se preocuparon de la salud de Romero y por ultimo, resolvieron realizar solemnemente el funeral de la pierna amputada.
Se juntaron en el cementerio; se pronunciaron discursos alusivos, lágrimas en todas las mejillas. Por ultimo, el pequeño ataúd que la contenía fue conducido hasta el nicho que le tenían asignado, y se le colocó una lápida de mármol, que aún puede verse en el Cementerio N°1 de Valparaíso, que dice textualmente: “AQUÍ METI LA PATA” Luis Romero y Z.
Creado el 2015-12-22 10:33:56
Samuel, era un “cabrito”de 14 años cuando ingresó a la escuela de Bellas Artes. Su temperamento vivaz, no lo dejaba estarse quieto mucho tiempo. Un día bajando a saltos una de las escaleras, casi derribó al maestro Abelardo Bustamante (Paschin), que en ese momento subía a dar su clase. Paschin con toda calma le preguntó:
Niñito ¿qué andas haciendo por la escuela?.
Samuel descubriéndose contestó: - estudio escultura señor.
Y ¿de dónde vienes?
De Rancagua, ahí vivimos.
¿Y tienes algunas tierras por esos lados?
Sí señor.
Regrese a su pueblo entonces niñito, cultive la tierra, eso es más productivo, por ahora déjese de majadear por las escaleras.
Samuel ahogó su ira y cediendo el paso al maestro regresó a su clase interrumpida, para trabajar con más fuerza que nunca. Pasaron los años. Samuel Rojas es hoy uno de los grandes escultores de América.
Creado el 2015-12-22 10:33:38
“Wu Meigh Ling” se estableció en Lima. Discípula de Foujitas y de los grandes maestros orientales. A ella llegó Fernando Rojas con su altanería acostumbrada. Mostró sus dibujos uno a uno. Claramente los estudió Wu y dijo: “no sirven”, tienes condiciones. ¿Quieres estudiar?.
Ofendido en su orgullo, Fernando contesto: “He venido a eso, me gustaría conocer su técnica”.
Conforme, comencemos – dijo la Wu – toma la escoba y barre el taller.
Fernando se retiró indignado. Pero la miniatura le atraía como un imán irresistible. Volvió y modestamente tomó la escoba y barrió el taller durante tres años.
Al correr de los años, Fernando, visitando nuevamente Perú, fue congratulado por la Wu, su antigua maestra, después de asistir a la inauguración de una exposición de Miniaturas y Acuarelas.
Creado el 2015-12-22 10:33:17
El actor Pepe Rojas y su amigo el poeta Carlos Barella paseando por Rancagua hicieron amistad con un señor Baquedano. Para celebrar tan feliz acontecimiento y con una sed espantosa, recorrieron todos los bares de la ciudad. A medio día los acompañaba una “Real mona”, quien les aconsejó arrodillarse en plena plaza y rendir un homenaje llorando a las madres, las viudas y los huérfanos de los mártires que cayeron tan heroicamente en el Sitio de Rancagua. Después de esa emotiva manifestación de pesar, quisieron seguirla pero, desgraciadamente para ellos, todos los bares y cantinas habían cerrado sus puertas. Baquedano se vio en la obligación de invitarlos a su casa, explicándoles por el camino que todos sus familiares estaban de veraneo y que para esos “diítas” de soledad había tomado una empleada pródiga de encanto y generosas curvas.
Ya cómodamente instalados en su residencia, empezaron las lloradas confidencias. Baquedano, contó llorando a sus nuevos amigos las veleidades de su acompañante que, a pesar de todas sus promesas de amor, no se rendía a sus solicitudes. Carlos Barella lloró en recuerdo de un hijo que no alcanzó a nacer. Pepe Rojas sollozaba por el hijo que soñó y que nunca tuvo. La empleada conmovida ante tanto dolor también lloraba acompañándolos en sus libaciones. Pepe, dramático, se mesaba el cabello evocando la muerte. La fámula se acercó a él diciéndole. - ¿cómo usted, tan buen mozo, tan elegante y tan distinguido va a querer morirse?. Seria una lastima caballero. El actor, entreviendo alguna posibilidad en la admiración expresada por la empleada, se acercó a ella rodeándole la cintura con sus brazos y hundió su cara, bañada en lágrimas, en los exagerados encantos de sus pechos. Baquedano, herido por lo que consideró una deslealtad de su nuevo amigo, furioso descolgó del muro una vieja espada de su tatarabuelo y blandiéndola, quiso atravesar con ella al fresco que le robaba su tesoro. Por suerte tropezó con Carlos Barella que, sentado en el suelo, ésta vez se reía como loco, contemplando a su amigo. La mujer, para calmar a Baquedano por primera vez hacia promesas alentadoras a su patrón. Este creyéndolas aminoró su ira, y como Ángel del Paraíso con seño adusto mostró la puerta de calle con la punta de su espada expulsándonos de su hogar.
Ya en el tren a su regreso a Santiago, Carlos y Pepe lloraban por las incomprensiones del querido amigo Baquedano.
Creado el 2015-12-22 10:33:07
Luis dijo a su madre: - Ya no estudio más. Dile a mi tío que me dé un puesto en la Gobernación.
Su tío era Gobernador de Quillota y estábamos en su casa. Alberto cursaba cuarta preparatoria en el Liceo, tenia 11 años.
Pienso casarme y necesito plata, nos iremos con Marita a la India; y mostró las láminas de un libro que hablaba de ella. Todos rieron sin recordar su sensibilidad. Alberto, con los ojos llenos de lágrimas salió del salón, rechazando a sus familiares que querían acariciarlo.
Esa misma tarde trajo una rosa, mostrándome sus manos arañadas y un rasgón enorme en sus primeros pantalones largos.
- ¿Con quien peleaste?
- No peleé, me caí de la tapia.
- ¿Qué harás con la rosa?
- Se la daré a mi mamá... no seas tonta, es para ti.
Después de ese verano pasé mucho tiempo sin verlo. Supe de sus andanzas, sus éxitos, y sus extravagancias. Un día cualquiera llegó a visitarme, lo acompañaba un amigo, poeta como él. Traían grandes chambergos y pantalones de “diablo fuerte”, flotantes corbatas, zapatos entierrados. Ya habían recorrido Playa Ancha, sus playas y sus cerros. Alberto embutido en un largo sobretodo color “torcaza” y Salvador Reyes, que era el otro, con su corta chaqueta a pesar del frío.
Después supe que el vestón de Alberto había quedado en Santiago en un bar cerca de la estación, teniendo que ocupar el abrigo de su compañero, desecharon la invitación de alojar en mi casa, pero gustosos ocuparon un cuartito que divisaron al pasar por el primer piso, bajo la escalera de servicio, con una puerta independiente. Hasta ellos, por medio de un cordel llegaban ollas de comida desde el piso superior. Estaban felices.
En 1931, Alberto, trajo de Francia dos hermosas telas, en ellas venían empaquetadas algunas prendas de vestir. Así era él; despreocupado y al igual que cuando niño se taimaba, sino accedían a realizar su capricho. Mientras relataba su viaje, o soñaba, hacia pajaritos de papel. Le gustaba el vino y su embriaguez.
En 1934, murió en su línea de bohemio. Hubo una alegre fiesta y una cena muy regada en la “Posada del Corregidor”. Después de un “boche” con el dueño, que le despojó de su chaqueta para cancelar el saldo de una cuenta, largándolo a la calle bajo una lluvia torrencial. Y éste fue su fin.
De su primer libro, desconocido para muchos, no he encontrado un ejemplar. El mío me lo robaron con esta dedicatoria: “para Maria y su hociquillo de perrita regalona, con mi afecto y admiración de toda la vida”. Luis Alberto.
Ahora digo como Neruda: “Luis Alberto Rojas Jiménez, viene volando”.
Creado el 2015-12-22 10:32:58
Había sido la chispa de la fiesta, todos lamentaban las escasas horas que Lucho disponía antes de la función de la tarde. Tenía que regresar impajaritablemente. Arturo Mario, director de la Compañía Mario Padin, donde Rojas Gallardo era el primer galán, advirtió con voz seria: - Le ruego Rojas, que por lo menos esté 20 minutos antes de la función y también le aconsejo que tenga cuidado con el trago.
El almuerzo fue suculento, bien regado con ricos caldos de la tierra, después, Lucho continuo sus libaciones, tendido junto a las chinas canteras, sobre la paja recién trillada, no queriendo moverse con rabia improvisó:
Este vinillo tan re-sabroso
Y éstas cantoras con su alborozo
Me dan espuelas de fantasía
Montando el potro, rubio y brioso
De mi alegría.
Las cantoras rasgueando sus guitarras le contestaron:
Se llevan a don Luchito
Cogollito de limón verde
Y si logran convencerlo
El tontito se lo pierde.
A pesar de todo fue sacado casi en andas por sus acompañantes, para meterlo en el carruaje que los llevaría al teatro.
La obra que se estrenaba era un dramón espantoso. Al levantar el telón Rojas aparecía en escena tendido en un diván, Elena Puelma, gran actriz muy fogueada en las tablas, entró por una puerta lateral anunciando: -¡Señorito, una carta para usted!. Los ronquidos de Lucho apagaron la voz de Elena, la que elevando el tono repitió: - Señorito despierte, es muy urgente, el actor la alejó de un manotón y creyéndose en su cama suplicó: - Por favor Soledad, pásame la bacinica, ya no aguanto más, tomé tantísima chicha.
Creado el 2015-12-22 10:32:49
Cuando Alberto Cumplido era Director del Diario La Crítica, y consejero de la Línea Aérea Nacional, acompañó a Juan Antonio en su regreso de Mamiña, que coincidió con el cumpleaños de la Primera Dama Marta Ide de Ríos. “La Critica” publicaría su retrato con un párrafo de felicitaciones. Alberto recomendó antes de partir “El Cliché de doña Marta está en mi escritorio, sin recordar que también tenía en el mismo cajón el de su mujer.
A la llegada de los viajeros, fuimos con Maria Antonieta Garáfulic de Cumplido a esperarlos a los Cerrillos. Juan Antonio, después de los saludos, llamó a Alberto que estaba con algunos amigos.
¿Quieres explicarme Alberto? – y desdoblando el diario que le habían entregado, mostró el retrato de Maria Antonieta, que por equivocación figuraba como el de la señora de su Excelencia.
Explícame – dijo señalándola - ¿Esta señora es tuya o mía?
Creado el 2015-12-22 10:32:40
Estando Alberto de Cónsul de Chile en Marsella, se aprontaba a celebrar el 18 de septiembre, cuando en vísperas de tal magno día, golpearon a la puerta de su casa y, abriéndola se encontró con dos individuos que, por su indumentaria, se notaba que eran desertores de algún barco, de los tantos que pasan por el internacional puerto. Uno de ellos, el más elocuente, en un mal francés, diríamos improvisado, se dirigió a Alberto: - C´est ici la maison de chili?.
El otro, en un rápido castellano agregó: - mire patroncito, que´stamos muertos de hambre y de sed.
Alberto, que la emoción para él era enorme, ya que no esperaba pasar esa fecha con dos genuinos “rotos” de su amada tierra tan lejana, los hizo pasar sin dirigirles la palabra, ya instalados en el comedor habiendo despedido al mozo, les sirvió sendos tragos del mejor vino chileno, que él tenía en las bodegas. Una vez calmada la sed los interrogó:
¿Ustedes de donde salen?
Ellos respondieron “yo soy peluquero de Molina, y éste es huaso de Curepto”.
Ried, siguió interrogando: - ¿cómo vinieron a dar acá?
Mire patrón, - le contestó uno de ellos – le vamos a contar la purita verdad, como fue la cosa, resulta que los dos estábamos de farra en Valparaíso, en la casa de unas niñas de la subida Márquez. En medio de la fiestoca despertaron dos marineros que habían quedado re´curados, quisieron quitarnos las chasconas, se armó la rosca, llegaron los “pacos”, se los llevaron, entonces las niñas nos dieron los papeles, ellos se llaman Pedro Soto y Juan Pérez.
¿Pero quienes son ustedes? – preguntó Alberto.
Bueno pues patrón, resulta que éste ahora se llama Pedro Soto y Yo Juan Pérez, partimos al otro día, mientras ellos quedaban “veraneando”, como estamos tan recabriados de navegar, aunque sea a pata, vamos a regresar a nuestra tierra.
Ante esa historia, Alberto los convidó a almorzar, y les ofreció ganarse unos pesos por un encargo - que ellos rechazaron indignados - ya que se había percatado que no tenía driza para izar el tricolor nacional en el mástil del Consulado, al día siguiente. A todo esto, como la hora ya había corrido y ya eran como las 7 de la tarde, sacando una moneda de cinco francos les dio las indicaciones del caso, donde poder comprar la tan mentada driza.
Pasaron las horas y ya cercana la media noche, Alberto, molesto, no con la perdida del dinero, sino con la actitud de sus compatriotas, más que nada tener que amanecer el día 18 sin la bandera izada en el frontis del Consulado. Cuando de repente sintió voces y los conocidos versos del “Copihue Rojo”, cantado a todo pulmón. Desde la ventana los hizo callar asomándose rápidamente a la puerta vio mejor a nuestros compatriotas que venían con un rollo de cordel sujeto a un palo cargado sobre sus hombros. Antes que tuviera tiempo de decir nada ellos hablaron:
- mire, patrón, tuvimos que esperar la oscuridad para poder sacar este cordel. Si quiere le traemos más pa´ que nuestra bandera tenga pa´ arto tiempo – mientras decían esto, le devolvían la moneda de cinco francos a Alberto.
- Tuvimos que hacer gargaritas con agua sola, pa´ no resecarnos de la sed.
El otro mientras tanto agregó: - ¿le queda caldo de uva patroncito lindo?
Alberto emocionado, abrazó a la patria en ellos, llorando como un niño.
Mientras flameaba la bandera, se oyeron las voces de tres chilenos en Marsella cantando la canción nacional.
Creado el 2015-12-22 10:32:23
Cansados de esperar en mi casa, la llegada de Salvador Reyes, con Rojas Jiménez, fuimos a buscarlo al “Hotel Colón”, donde alojaba su padre, el conocido don Salvador, de rica veta minera.
Un mozo nos llevó hasta el segundo piso del hotel, y en un hall con grandes espejos, nos indicó “segunda puerta a la derecha”. Está solo el jovencito; don Salvador salió ésta mañana para Antofagasta en el vapor América.
Golpeamos.
¿Quién es?
Somos nosotros... ¡Abre!
¡Váyanse!
¿Estás loco?
Si, de remate, ¡váyanse!, no molesten...
Abre la puerta, estoy con Maria
El mozo miraba extrañado. Salvador hizo girar la llave diciendo – pasen -.
Ahí estaba él in-co-no-ci-ble.
Junto a nosotros pasó otro empleado, anunciando la llegada del automóvil que lo llevaría a la estación, entregándole a nuestro amigo un boleto de primera clase para el ferrocarril a Santiago. Mudos de sorpresa lo seguimos al coche que esperaba.
¿Que quieren? - nos dijo amargado- fue una mala pasada.
Ya en la estación terminó su historia. “Mi padre, después de una opípara comida preocupado de mi bohemia, que según él duraba demasiado, me invitó a quedarme anoche en su compañía. Acepté tentado por el recuerdo de los blandos colchones. Mientras dormía me cambió la ropa, mi raída chaqueta a cuadros y mis pantalones, por este dominguero terno azul; mi querida cachimba por esta aflautada boquilla, y mi chambergo, por este ridículo sombrero tongo. ¡Tuve que vestirme! ¡Qué otra cosa podía hacer!. Al mirarme en el espejo en ésta facha no me atreví a salir a la calle. Créanmelo, fue todo un ardid, regresaré pronto, y, tirando de una cadena de oro, que le salía de uno de sus bolsillos, comprobó en un reluciente reloj, que el tren venía con cinco minutos de retraso.
Creado el 2015-12-22 10:32:11