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De visita en casa del coronel Emilio Bravo, en Viña del Mar, admiraba tres cuadros colgados en los muros de su salón, y al indagar datos sobre su autor, supe con extrañeza que eran del poeta Samuel Lillo, ante mi duda, Emilio Bravo me explicó:
Sí, Maria, son del poeta, del mismo. Estos cuadros fueron regalados a mi madre por una sobrina suya. Cuando Onofre Jarpa visitó hace años nuestra casa, quedó admirado del colorido y la belleza de éstas telas. Don Samuel no les daba la importancia que se merecían.
Cuando le felicitaba, solía decir: - “son grandes descansos para mi espíritu; ¡nada más!.
Tiempo después lo encontré en avenida Brasil 25, cachureando donde el querido anticuario Don Juanito. Lo acompañaba una de sus hijas. Me abrazó cariñosamente, preguntando por mis hijos y mis versos: - mis hijos crecen y se realizan; mis versos cunden y se guardan. ¿Y usted Don Samuel, como está? – ya la vida camina con pasos muy largos, contestó indiferente.
Pudimos conversar muy poco por lo avanzado de la hora. Al despedirnos le devolví su abrazo. – Adiós Don Samuel. – Si... Dijo como hablando consigo mismo. – Eso está bien... ¡Adiós, Marita!.
No volví a verlo denuevo.
Creado el 2015-12-22 10:27:37
Siempre pensé en su parecido con una gacela.
La vi por primera vez en el Parque Forestal. Leía un libro, tendida sobre el pasto verde. No sabía quien era.
La conocí años después en el aeropuerto Los Cerrillos; despedíamos juntas a Salvador Reyes, que volvía a Francia. Su palidez se había acentuado y nerviosamente mordisqueaba el tallo de una flor. Subíamos juntas la escalera que conducía a la terraza del puerto aéreo. Al partir el avión no lo siguió con la vista. Afirmada en la baranda, terminó de romper su pañuelo de batista.
La acompañé a su casa. Al abrir la puerta del departamento nos recibieron cuatro canarios que libremente revoloteaban por la habitación. Entre píos y tiernos arrumacos empezó a jugar con ellos. Luego, como queriendo escapar un instante a su preocupación, hundió el rostro en un ramo de rosas; los canarios, felices, picaban las cuentas de su collar y el lóbulo de sus orejas...
Cuando nuevamente levantó la cara, vi que estaba llorando
Creado el 2015-12-22 10:27:25
En la tarde de un día muy caluroso paseaba por el Parque Forestal con Leopoldo Pizarro, actual director del Museo Histórico Nacional. Sentí que me llamaban. Era mi amigo, el escritor Mariano Latorre que, como nosotros, buscando un poco de fresco se había refugiado en el parque.
Nos sentamos a conversar en un escaño. Se habló de libros, escritores y críticos.
¿Sabes, Mariano? – Dijo Pizarro – te ha salido un serio competidor en Luis Durand. Su ultimo libro “Frontera” ha tenido muy buenas críticas. Es un esfuerzo grande del gordo.
A lo que contestó Latorre sin inmutarse:- me tiene sin cuidado, con el esfuerzo que hizo debe quedarle poco “pino”.
Años después, en casa de Eliana Santiván, celebrando el santo de Luis Bernizoni, poeta peruano, Mariano Latorre alzando su copa brindó:
- Tomo este primer trago por Luis.
Bernizoni, caballeroso, alzó su copa:
- Lo acompaño, don Mariano.
Latorre, confundido, se disculpó:
- Perdóneme Luis, estaba pensando en el gordo, me hubiera gustado tanto darle un abrazo.
Creado el 2015-12-22 10:27:13
“Ya viene el relojero”. Este era el grito tradicional con que el portero de “Las Ultimas Noticias” ponía en alerta a todo el personal para indicar la llegada del cobrador de los relojes, ternos, radios, anillos vendidos "sin pie y a sola firma". Es claro que todos le compraban, pero eran duros en el pago. Bastaba el grito del portero para que todos desaparecieran.
Ese día, después de una fiesta, ninguno tenía plata y el grito sonó trágico. Por supuesto que la sala de redacción quedó vacía como por encanto. Oscar Lanas, segundo de la crónica, no había dormido la noche anterior, y se quedó traspuesto en uno de los sillones, sin darse cuenta del peligro que lo amenazaba. Todos los demás reporteros aguardaban con inquietud lo que ocurriría.
Mirando por la hendidura de una puerta que daba al pasadizo, con sorpresa vieron algo increíble. Luego de una corta conversación en que tanto Lanas como su acreedor se enjugaban las lágrimas, éste último, el vendedor, sacó de su bolsillo un flamante billete de cien pesos y se lo pasó al trasnochado periodista. Luego se despidió amablemente, aún conmovido por la inspirada disculpa de su acreedor. Oscar guardó el secreto.
Creado el 2015-12-22 10:27:00
El famoso director de orquesta Erich Kleiber, en su primer viaje a Chile, dirigiendo uno de los ensayos de la orquesta sinfónica de Chile, notó el atraso de Filiberto Baronti, primer violín. A la llegada de éste, le preguntó: ¿Qué le pasó maestro?.
Baronti explicó que acababa de nacer su primer hijo.
Muy solícito, Kleiber averiguó: ¿y que fue? – niñita, contesto Baronti, lleno de felicidad.
Pasó el tiempo. En su segundo viaje, y en el primer concierto que le tocó dirigir, alguien le dijo: - Acaba de nacer el segundo hijo de Baronti.
Al dirigirse Klaiber hacia la tarima de director, se acercó a éste preguntándole: ¿y que fue maestro?.
Ya sin el entusiasmo de la primera vez, Baronti contesto: Niñita maestro.
Lo felicito, pero le aconsejo cambiar el golpe de arco, dijo Kleiber, continuando su camino.
Creado el 2015-12-22 10:26:47
Esa noche, en casa de Vicente, la conversación sobre temas esotéricos giró en torno a nuestras encarnaciones.
El auditorio esperaba expectante la palabra de Flor Morgan, que a más de un barón traía prendido al hechizo de sus ojos verdes y a su radiante juventud morena.
Yo fui seminarista, reina de Asiria. En mi niñez conocí su historia y desde entonces me identifiqué con su frialdad pagana. Sé que lloraré por sus culpas y que moriré como ella, rompiendo trágicamente mi destino.
Se hizo un silencio... Julio Walton habló:
Yo fui Français Villón.
Yo la Pompadour, dijo Antonieta Garáfulic
Isabel de Mantua pudo ser mi encarnación anterior, pensó en voz alta Sara Hubner.
Bianca De Ciaci, poetisa italiana de paso en Chile, dijo pensativa:
Creo ser una mujer valiente, sin embargo me asustan los viajes por mar ¿habré muerto o moriré en alguna catástrofe?
¡Por tu larga vida!, brindó Adolfo de la Fuente – Yo fui Fouché
Ahora me lo explico todo, gritó Carlos Hurtado – Yo fui Mazarino.
Se atropellaban las voces... Y tu Maria ¿qué fuiste? – ¡Gitana!, respondí.
Vicente, que permanencia estático mirando a Flor Morgan, contestó suavemente a la pregunta que le hicieron:
Yo fui el poeta enamorado de Semíramis, el que bajó a recoger la flor que arrojara a la fosa de los leones.
Creado el 2015-12-22 10:26:37
Estuve pololeando más de un año con Jorge Hubner. En ese lapso enriquecí enormemente mi álbum de poesía, con las más prestigiadas firmas de América.
A su paso por Santiago, González Nájera, gran escritor mexicano, Jorge le habló de mí, con el entusiasmo de los enamorados. González Nájera escribió en mi libro:
No te conozco,
Más conozco al bardo delicioso y gallardo
Que te adora con ánimo encendido
Y te elige entre todas las mujeres.
Y es verdad muy sabida
Que “dime con quién andas...”
Creado el 2015-12-22 10:26:29
En el restaurante San Pedro, frente a la caleta de los pescadores “El membrillo”, porteños y santiaguinos, jóvenes y viejos, despedíamos a Andrés Sabella, el querido poeta nortino. Atrasado al ágape llego Manuel Eduardo. Un joven pintor porteño hizo la presentación:
- Don Manuel, le presento a la poetisa santiaguina Maria Lefebre.
Hubner me miró con los ojos llenos de emoción, y después de besar mi mano me dijo:
- Usted no sabe, Maria Lefebre es porteña, y en mis tiempos fue la niña nuestra.
Creado el 2015-12-22 10:26:18
Sara, la maravillosa Sara, fina poetisa de renombrada belleza, bajó ese día a encontrarse conmigo desde su residencia en la calle ahumada. Vestía ceñido traje de terciopelo negro y un gran sombrero de fieltro. Bajo su ala brillaban sus enormes ojos azules.
En la esquina de la calle moneda, “como por casualidad”, encontramos a dos conocidas personalidades del mundo artístico que al día siguiente tenían que dar su fallo en un concurso literario.
Galantemente nos invitaron a tomar un aperitivo. Allí, en amena charla, discutimos el mérito de cada uno de esos jóvenes poetas que postulaban al premio consagratorio.
Pusimos en juego toda nuestra femineidad y, abriendo la carpeta de los jurados, fuimos leyendo poemas y descartando, no sin remordimiento, algunos muy buenos. Nuestro protegido no superaba a los rechazados, tenia como única supremacía sobre ellos nuestra poderosa amistad que, con fingido desenfado inclinó la balanza hacia él. Mal de todos los tiempos.
Fue aceptado nuestro beredicto y confirmado al día siguiente. ¡Sara tenia lindos ojos azules!, Los míos eran oscuros, pero muy dulces.
Creado el 2015-12-22 10:26:11
Su ademán no alcanzó a cubrir su rostro, y la indignada exclamación no detuvo el fogonazo del fotógrafo. Grave preocupación para Escilda, ¿qué diría su marido?.
Pasábamos unos momentos de tranquilidad en una conocida piscina. Su curvilínea figura despertó la curiosidad del fotógrafo, que sin detenerse a averiguar sus antecedentes de escritora, la retrató para adornar las páginas veraniegas.
Al día siguiente apareció la fotografía en “Las Ultimas Noticias”. No estaba mal; su silueta lucía perfecta. Rápidamente salió de la habitación pretextando quehaceres; su marido miraba el diario en busca de noticias.
- Oye Escilda; - sintió que la gritaban -, ven a ver, en el diario hay una mujer igualita a ti. Si no fuera por el traje...un tanto provocativo, diría que eres tú.
Creado el 2015-12-22 10:26:02
Juan Francisco González, el famoso maestro de la pintura chilena, insistía que su primogénito siguiera sus mismas aguas. Huelén se defendía diciéndole:
Si soy un pintor menos que usted no vale la pena que pinte; si soy igual que usted, todos dirán que lo imito, y, superarlo lo veo muy difícil. Por favor, padre, déjeme ser un buen dibujante. Usted ya me dio los cuatro elementos básicos: proporción, movimiento, perspectiva y armonía. Ahora, déjeme solo.
Y así fue como llegó muy joven a estudiar dibujo donde Pascual Ortega. Después de unos días de clases, éste le dijo: - usted sabe demasiado para estar conmigo, váyase a estatuaria.
Su nuevo maestro fue Virginio Arias, autor de “El Descendimiento” premiado en el salón de los artistas franceses. A los pocos días corrió igual suerte que en sus primeras andanzas. Arias le aconsejó: - Muchacho, tu estarías mejor en “Desnudos” con Álvarez Sotomayor.
Huelén, cansado, miró sus zapatos rotos con desaliento, y sin meditarlo más, se encaminó hacia el estudio del maestro. Sus pies tropezaron con un lápiz “sanguina”, que lo recogió; sus recursos eran escasos y él no hubiera podido comprarlo. “Buen augurio”, pensó optimista y entró a clases sin esperar la entrada del maestro; tomó colocación frente a un caballete desocupado y esperó...
La llegada de la modelo, con su paso menudito y su cuerpo cimbreante, dio un toque de alarma a su infantil corazón. ¡Que linda era!. Parecía una auténtica maja de Goya con su fina elegancia y unos ojos... ¡qué ojos!. Sonriente contestó el saludo de los alumnos y subió a un altillo para tomar colocación recostada sobre unos cojines: ahí se quedo quietecita como un animalillo regalón que espera una caricia. A Huelén alguien le pasó una cartulina. Fascinado principió su trabajo. Sin que lo notara, entró el maestro; tan abstraído estaba, que ni siquiera se movió. Álvarez Sotomayor, acercándose al él, lo miró extrañado:
- ¿Quién es usted?, indagó, mientras contemplaba el boceto con mirada aprobatoria.
- Juan González.
Se escucharon algunas risas. La generación del trece componía la clase. Pedro Luna, gran amigo de su padre, advirtió:
- Es el hijo de Juan Francisco, maestro.
- Ahora me lo explico. Tu dibujo es magnifico, Juanillo. Esto merece un premio... y registrando sus bolsillos, no dió con mas recompensa que un cigarro puro, que se lo ofreció, advirtiendo “cuida que no te haga daño”.
La modelo, curiosa, pregunto:
- ¿Puedo ver el bosquejo, maestro? La venia de Álvarez Sotomayor le permitió correr donde Huelén. Miró el dibujo y gritó “que linda estoy”... y entusiasmada estampó dos sonoros besos en las mejillas del muchacho, quien feliz y avergonzado salió corriendo del taller para refugiarse en el Parque Forestal y llorar.
Falto de ternura y amor, esos besos le hicieron el más feliz de los hombres...
Creado el 2015-12-22 10:25:56
El maestro tenía una marcada ubicación entre lo material y el idealismo, pero siempre grande en todos sus aspectos.
Una vez, en el jardín de Olga Viñez, me dijo Juan Francisco: - amo las rosas sobre todas las flores, son tan delicadas ¡mira éstas blancas, mustias bajo el sol, y esa otra amarilla, erguida y soberbia como una reina!.
Su nerviosa mano tuvo quietud de caricia al recoger un capullo desprendido.
¡Pobrecito! – murmuró, tomándolo con suavidad para dejarlo junto a la raíz del rosal. Su delicadeza me inspiró una gran ternura; quise hablarle. Pero él, absorto en sus sueños, continuó su paseo entre las flores, llevando en la retina – estoy segura – rosas, rosas... muchas rosas.
En Melipilla pasó gran parte de su vida. Allí fue colocado un busto en su memoria. En el fino hechizo de cuatro versos, gravados en la piedra, Ángel Cruchaga Santa Maria dejó un póstumo homenaje:
¡Oh mago de la luz, dueño del día,
para alumbrar la noche de tu viaje,
una estrella prolonga su agonía
en el claro silencio del paisaje!
Creado el 2015-12-22 10:25:43
Procesado en la protesta de la juventud del año 1920, después de una penosa reclusión en la Cárcel Publica, falleció el 29 de septiembre de ese mismo año, a las 10:30 de la mañana, en la Casa de Orates. Fue sumariado por el Ministro José Astorquiza Líbano.
Fragmento de una carta:
“Gracias por tu bufanda, no te molestes más. Esto toca a su fin. Tengo los pies estilando agua, hoy baldearon tres veces mi celda”.
Creado el 2015-12-22 10:25:31
Hugo Goldsack, el poeta de “Entorno a cierto fuego” y de “Las elegías de I-Tor”, es amigo del conocido novelista Nicomedes Guzmán, desde los años estudiantiles. Pero, esta amistad con ser tan antigua y tan probada, no incluye bromas pesadas y venganzas sabrosas, como las que paso a contar.
En una ocasión, Goldsack, fue invitado por su amigo Julio Arriagada Augier a Rancagua, con el objeto de participar en el tradicional homenaje a la memoria de Oscar Castro. Al ser presentado a Isolda, la delicada viuda del poeta, Goldsack, gentil, subrayó el saludo con una frase galante: - Me siento muy emocionado, Isolda, de conocer a la esposa y a la inspiradora del gran poeta.....
Una voz aguda, la de Nicomedes, cruzó como un latigazo el salón provinciano de punta a punta: - ¡Que emoción ni que ocho cuartos, señor, cuando usted andaba diciendo a voz en cuello que Oscar Castro, estaba influenciado por García Lorca!.....
De más está decir que los celosos admiradores del poeta tomaron en serio las palabras de Nicomedes, y pidieron al escritor Arriagada que no volviera a invitar más a Goldsack a Rancagua. Este no volvió, como es lógico, pero esperó pacientemente como el árabe del proverbio, el momento de la suprema venganza.
En una de las Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile, Goldsack fue contratado para dictar su aplaudido curso sobre Premios Nacionales de Literatura. Cuando estaba pasando la Poética de Pablo Neruda, se produjo un desperfecto en el alumbrado del Instituto pedagógico, sede de la Escuela, y Goldsack solicitó permiso en el Ministerio de Educación para dictar provisoriamente su clase en la Sala de Exposiciones.
Allí llegó Nicomedes Guzmán, seguramente interesado en saber cómo su amigo trataría la obra del autor de “Residencia en la Tierra” y acaso con el ánimo de hacerle una pregunta a quemarropa, de esas que complican la vida de cualquier profesor.
Hugo presintió el peligro y se dispuso a aprovechar la oportunidad de tomar la ansiada venganza. Nicomedes avanzó con paso resuelto a tomar asiento entre los oyentes, mascullando un atropellado: -“Buenas tardes, Goldsack”...
Este, adoptando el aire magisterial más apergaminado de su repertorio y simulando no conocerlo, le dijo:
Señor, ¿Me podría exhibir su certificado de matricula?
sin atreverse a dar crédito a lo que oía, Nicomedes dijo indignado:
¿Qué matricula?, Hombre, ¿qué no sabe quien soy?
No lo sé señor, y además, aunque lo supiera, tengo que cumplir con los reglamentos de la Universidad. ¡Su certificado, por favor!
El novelista se dio cuenta que había caído en la trampa y que lo mejor era abandonar el campo. Días después se encontraron los dos amigos, Nicomedes, sin poder contener la risa dijo:
Me la jugó el perla... ¿No?
Goldsack, sonriendo también, le contesto:
- Usted me la hizo primero. Estamos a mano, hasta la próxima, ¿de acuerdo?...
Creado el 2015-12-22 10:25:18
Chao, el famoso dibujante especializado en el “Vivir Caballuno”, sufría permanentemente apreturas de dinero, y cuando esto ocurría, llegaba gemebundo hasta la oficina del Gerente de “El Mercurio”, don Alfredo Briceño, en demanda del tradicional “valecito”. Ese día Chao debía asistir a una fiesta y no tenia un céntimo en los bolsillos.
Acudió a Briceño y, con lágrimas en los ojos, explicó el hondo drama que lo afligía...
Creado el 2015-12-22 10:25:09
Corría el año 45. Aún la gente era romántica y mezclaba a sus grandes descubrimientos léxicos la palabra “Amor”. Como en las novelas de Heinrich Mann, también nosotros comprendíamos a esas mujeres desequilibradas en su dolor que ponían fin a sus vidas, epilogando en esa forma su tragedia.
Yo estaba curiosa por saber quién era Mario Ferrero. Había leído su primer libro. Es un buen poeta, pensé, pero en mi imaginación su facha corporal cambiaba siempre de aspecto. Ya era un don Juan casquivano, ya un enamorado casanova y, para que negarlo, en otras surgía como un “abarcador” Julio Cesar.
El motivo de mi curiosidad era plausible. Dos mujeres se habían suicidado por él. Otras tres fueron salvadas al borde de la muerte. La primera, estilando agua del ancho mar. La segunda, rescatada de un sueño profundo. Y la tercera, imitando a “Petroneo”, se cortó las venas en el baño.
Mario vivía cerca de las nubes, quiero decir, en el último piso de un alto edificio, en un acogedor altillo. Hasta allí llegué. La puerta de su departamento estaba abierta; pregunté: - ¿se puede?. Adelante – respondió una voz de inmediato. Entré a una pieza-biblioteca, donde un centenar de libros me dieron la bienvenida. La misma voz indicó: - Pasa. Era una alcoba pequeña; un estante con libros, una mesa, y el detalle, solo una taza con una flor. En el lecho, un muchacho desnudo hasta la cintura leía un libro de Proust. Al verme entrar se sorprendió, pidiéndome perdón púdicamente y nervioso, se tapó hasta el cuello. Solo alcancé a ver tres lunares, como las “Tres Marías”, bajo su tetilla izquierda.
- Busco a Mario Ferrero – dije confundida, saliendo de su intimidad.
- Soy yo, oí que me decía
- Levántese – grité – lo espero en la biblioteca.
Sentándome escuché el ruido de la ducha, y al poco rato llegó él, luciendo una elegante bata negra.
- Estoy gratamente sorprendido – dijo risueño -. Esperaba a un amigo, pero... esto es más agradable. Bienvenida.
Era menudito, chiquito, buen mocito, muy simpático. Observé extrañada que no era ese tremendo Mario Ferrero que me había imaginado, y para convencerme volví a interrogar:
- ¿Pero, estás seguro que eres tú, Mario Ferrero?
- Hasta ahora no lo había dudado nunca, respondió.
Se inició una charla ligera con algo de pimienta y un poco de seriedad. Lo observaba, y no podía entender ese lote de suicidios.
Permítame que la invite a almorzar, señaló.
Acepté sin titubeos, permaneciendo entretenida entre sus libros mientras él volvía a su habitación. Regresó ya vestido y salió a la terraza. Por medio de señas hizo subir a un garzón de un restaurante vecino. A su llegada me rogó – por favor, señora, déjeme elegir su menú, y como buen gastrónomo, pidió un rico vino blanco, un exótico plato de mariscos y un postre de duraznos. Todo resultó exquisito y como él lo pensó. Ese encuentro selló el comienzo de una amistad que perduraría por toda la vida.
Creado el 2015-12-22 10:24:57
Si he de juzgar por el pillo que me asaltó aquélla madrugada, los ladrones son hombres ejecutivos. Naturalmente que el juicio puede fallar, especialmente si alguien lo tiene a uno apoyado contra la pared y con un cuchillo a un centímetro de la garganta. Fue lo que me ocurrió a mí. El hombre surgió súbitamente frente a mi. No vino de parte alguna; pareció estar allí desde siempre. El cuchillo me inmovilizó mucho antes de que pudiera hablar.
No quiero hacerle nada – me dijo – deme la plata y el sombrero.
¿Por qué el sombrero?. Estaba demasiado asustado para preguntarle nada. Además, no me dio tiempo. Retiró el cuchillo y lo guardó en uno de sus bolsillos.
- Yo le conozco a usted – dijo – menos mal que no lo “clavé”.
- ¿Que me conoce? ¿Que usted me conoce?
- Claro que sí. Usted me afianzó una vez hace mucho tiempo; Fue en el “Quinto”. Usted estaba con otros periodistas. Porque usted es del diario ¿no?
- ¿Y por qué yo?
- No lo sé. “El severo” pidió una fianza y, de todos, usted firmó.
- No entiendo.
- No importa. Lo acompañaré un trecho. Este barrio está lleno de sinvergüenzas.
- Ya lo veo.
El hombre no mentía. Todavía alcancé a hacerle algunas preguntas.
- Usted no parece un mal hombre. ¿Por qué no deja el oficio?
- ¿Para qué?. No sé hacer otra cosa – pareció vacilar - ¿quién me dará trabajo? ¿Usted?. Estoy muy "fichao".
Me dejó cuando creyó que estaba a salvo. Pero no fue en blanco. Me pidió el sombrero. Naturalmente que se lo di gustoso. Pienso que eso fue lo único que ganó honradamente en su vida. Después de todo, me acompañó cuadras bravas, y por hacerlo perdió parte de la noche, y, después de todo... ¡la noche era su trabajo!.
Creado el 2015-12-22 10:24:45
A los 7 años, tuve un maestro. Fue en Quillota. Pasaba mis vacaciones donde unos tíos abuelos: mi tía, una viejecita diminuta muy parada en hilo y llena de abolengos, firmaba con todos sus apellidos: Ángela Caro Allende De Rojas y de Carvajal; él, un recio varón, que estampaba su nombre con un seco Ramón Rojas.
Mis tíos tenían una antigua casona estilo colonial en la calle San Martín de esa localidad. Oculta en un arcaico balcón, entre los maceteros de floridas hortensias, miraba salir de su casa frente a la de ellos, a mi personaje inolvidable, el poeta Santiago Escuti Orrego, querido rector del Liceo de Hombres. La majestad de su porte, el macfarlán negro, su sombrero de fieltro alón, le daba aún más prestancia. La gente lo saludaba con respeto. Era proverbial la bondad con que trataba a sus alumnos. De faz risueña, tenia ojos muy azules y una barba dorada como las efigies de Cristo.
Una tarde venciendo mi timidez, abandoné mis juegos y corrí a su encuentro para tomarme de su mano. Él me acogió con simpatía, y desde entonces, empezó una gran amistad entre nosotros. Esperarlo todas las tardes fue una costumbre; Escuchaba embelesada sus palabras llenas de inspiración. ¡Que bien interpretaba para mí el gorjeo de los pájaros, las voces del agua, los rumores del viento!. Descorría telones mostrándome bellezas ignoradas. Me habló del amor a nuestros semejantes, me mostró la creación en su infinita belleza, me aconsejó no cerrar las puertas de mi corazón, tanto, que llegué a amar las piedras y a respetar a las pequeñas y laboriosas hormigas. “Todo esto - me decía – son las inmensas maravillas creadas por Dios”.
Terminó el verano y regresé a mi casa de Viña del Mar. Él solía visitarnos algunos domingos. Mis familiares también se habían acostumbrado a su presencia. Su llegada era anunciada con timbre festivo, la empleada corría donde mi madre – “llegó el señor poeta, señora Mary”. Todo era una fiesta. De mi mano llegaba al salón, donde todos lo rodeaban. Mi madre ordenaba ricas viandas, mis tías recordaban viejas recetas y los empleados andaban en puntillas, cuando el poeta leía sus versos.
Al cumplir 8 años, don Santiago me regaló mi primer álbum de poesía, donde escribió:
“Ama, cree en Dios, espera.
Dios sonríe dondequiera
de su inmensa creación.
Brilla en la azulada esfera
y canta en el corazón”.
Creado el 2015-12-22 10:21:41
Zoilo era poeta y tenia un violín. Se decía que era un Stradivarius. Solía acariciar su violín y soñaba. “¡Cuantas cosas hubiera podido hacer con el producto de su venta!”, Pero... Zoilo era un poeta y amaba su violín.
Este dormía celosamente guardado. Sólo se abría su caja en los grandes acontecimientos.
Jacques Thinbaut, el violinista de fama mundial, a su paso por Valparaíso, visitó al poeta atraído por las referencias del violín. Admiró su caja de fina madera, y quiso probar la capacidad del instrumento; en el Stradivarius lució su maestría de intérprete. El violín de Zoilo habló por vez primera en sus tonos verdaderos. El poeta lloraba. Jacques, al terminar la ejecución, dijo respetuoso: “Hacia tiempo, mucho tiempo que no tocaba un violín tan maravilloso”. Sus palabras fueron repetidas por los amigos de Zoilo a sus amigos. Así creció y creció la leyenda del violín, tanto, que alguien me aseguró que el día de la muerte del poeta, se rompieron las cuerdas del violín.
Creado el 2015-12-22 10:21:29
Nervioso, impaciente, Juan se paseaba con el sombrero puesto dentro de la casa. En el “Teutonia” Bar, de la calle Bandera, lo esperaban Aliro Oyarzún, Segura Castro, Fernando Meza y Ezequiel Plaza.
Sin atreverse a manifestar su deseo, miraba con molestia un antiguo reloj cucú que cantaba las horas. Juan estaba recién casado y no quería disgustar a su mujer con la inocente cita; tomar un “botellón” con sus amigos.
Ya perdidas las esperanzas, se dirigía a su alcoba, cuando un fuerte temblor sacudió la casa. Todos arrancamos, unos al jardín, otros a la calle; entre éstos últimos estaba Juan, que no apareció hasta el día siguiente.
Sin explicaciones, como si acabara de suceder, dijo al encontrarnos: ¡Puchas el tremendo remezón!
Creado el 2015-12-22 10:21:21