Artículos de Opinión

Sara, la maravillosa Sara, fina poetisa de renombrada belleza, bajó ese día a encontrarse conmigo desde su residencia en la calle ahumada. Vestía ceñido traje de terciopelo negro y un gran sombrero de fieltro. Bajo su ala brillaban sus enormes ojos azules.


En la esquina de la calle moneda, “como por casualidad”, encontramos a dos conocidas personalidades del mundo artístico que al día siguiente tenían que dar su fallo en un concurso literario.

Galantemente nos invitaron a tomar un aperitivo. Allí, en amena charla, discutimos el mérito de cada uno de esos jóvenes poetas que postulaban al premio consagratorio.

Pusimos en juego toda nuestra femineidad y, abriendo la carpeta de los jurados, fuimos leyendo poemas y descartando, no sin remordimiento, algunos muy buenos. Nuestro protegido no superaba a los rechazados, tenia como única supremacía sobre ellos nuestra poderosa amistad que, con fingido desenfado inclinó la balanza hacia él. Mal de todos los tiempos.

Fue aceptado nuestro beredicto y confirmado al día siguiente. ¡Sara tenia lindos ojos azules!, Los míos eran oscuros, pero muy dulces.

 

 

Este contenido es parte de los manuscritos del libro Puelche, que María Lefebre preparaba antes de su partida.

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