Artículos de Opinión

Estando Alberto de Cónsul de Chile en Marsella, se aprontaba a celebrar el 18 de septiembre, cuando en vísperas de tal magno día, golpearon a la puerta de su casa y, abriéndola se encontró con dos individuos que, por su indumentaria, se notaba que eran desertores de algún barco, de los tantos que pasan por el internacional puerto. Uno de ellos, el más elocuente, en un mal francés, diríamos improvisado, se dirigió a Alberto: - C´est ici la maison de chili?.

El otro, en un rápido castellano agregó: - mire patroncito, que´stamos muertos de hambre y de sed.

Alberto, que la emoción para él era enorme, ya que no esperaba pasar esa fecha con dos genuinos “rotos” de su amada tierra tan lejana, los hizo pasar sin dirigirles la palabra, ya instalados en el comedor habiendo despedido al mozo, les sirvió sendos tragos del mejor vino chileno, que él tenía en las bodegas. Una vez calmada la sed los interrogó:

¿Ustedes de donde salen?
Ellos respondieron “yo soy peluquero de Molina, y éste es huaso de Curepto”.

Ried, siguió interrogando: - ¿cómo vinieron a dar acá?

Mire patrón, - le contestó uno de ellos – le vamos a contar la purita verdad, como fue la cosa, resulta que los dos estábamos de farra en Valparaíso, en la casa de unas niñas de la subida Márquez. En medio de la fiestoca despertaron dos marineros que habían quedado re´curados, quisieron quitarnos las chasconas, se armó la rosca, llegaron los “pacos”, se los llevaron, entonces las niñas nos dieron los papeles, ellos se llaman Pedro Soto y Juan Pérez.

¿Pero quienes son ustedes? – preguntó Alberto.

Bueno pues patrón, resulta que éste ahora se llama Pedro Soto y Yo Juan Pérez, partimos al otro día, mientras ellos quedaban “veraneando”, como estamos tan recabriados de navegar, aunque sea a pata, vamos a regresar a nuestra tierra.

Ante esa historia, Alberto los convidó a almorzar, y les ofreció ganarse unos pesos por un encargo - que ellos rechazaron indignados - ya que se había percatado que no tenía driza para izar el tricolor nacional en el mástil del Consulado, al día siguiente. A todo esto, como la hora ya había corrido y ya eran como las 7 de la tarde, sacando una moneda de cinco francos les dio las indicaciones del caso, donde poder comprar la tan mentada driza.

Pasaron las horas y ya cercana la media noche, Alberto, molesto, no con la perdida del dinero, sino con la actitud de sus compatriotas, más que nada tener que amanecer el día 18 sin la bandera izada en el frontis del Consulado. Cuando de repente sintió voces y los conocidos versos del “Copihue Rojo”, cantado a todo pulmón. Desde la ventana los hizo callar asomándose rápidamente a la puerta vio mejor a nuestros compatriotas que venían con un rollo de cordel sujeto a un palo cargado sobre sus hombros. Antes que tuviera tiempo de decir nada ellos hablaron:

- mire, patrón, tuvimos que esperar la oscuridad para poder sacar este cordel. Si quiere le traemos más pa´ que nuestra bandera tenga pa´ arto tiempo – mientras decían esto, le devolvían la moneda de cinco francos a Alberto.

- Tuvimos que hacer gargaritas con agua sola, pa´ no resecarnos de la sed.

El otro mientras tanto agregó: - ¿le queda caldo de uva patroncito lindo?

Alberto emocionado, abrazó a la patria en ellos, llorando como un niño.

Mientras flameaba la bandera, se oyeron las voces de tres chilenos en Marsella cantando la canción nacional.

 

Este contenido es parte de los manuscritos del libro Puelche, que María Lefebre preparaba antes de su partida.

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