«Todas las «Flores del mal», son regadas por el implacable rocío de las «peores» «noches del hombre». Baudelaire, del libro «Las flores del mal» poema «El crepúsculo de la tarde»
En «veinticinco años de bohemia chilena», el poeta alude a las mejores noches del hombre, pero «tormentosas», como en continuo juego: emoción y dolor. Una vez retirado, Andrés Sabella «apegaba su oído a las sombras», para escuchar como cantaba el barrio chino de Santiago»:
«La resonante cuadra del ochocientos de calle Bandera. Los redobles del baterista Enrique Baeza, la risa desdentada del «mono» Flores; los juegos de teclado de Eduardo González; la tristeza del bandoneón de Ángel Capriolo.
«Ah! los tormentosos amaneceres de las esquinas de San Pablo con Bandera».
Con María Lefebre y los sucesos de 1973, terminó una forma de ver la vida, de amar, entregar, saborear las cosas buenas o rendir homenaje a las estrellas en inolvidables noches de ensoñación, a la luz de los faroles, con la ilusión de transformar el mundo.
Su muerte, fue el silencio de una carcajada amarga, por los pasajes de la vida compartida; con sus luces candentes y sus sombras agobiantes.
Evoco un patio con un inmenso rosal que daba sombra a ma mesa con bancas fabricadas por mi padre. Ahí se istalaba a conversar horas interminables, bebiendo vino :on frutillas en las tardes del verano.
Llegaba María Lefebre, amiga de los hombres, las mujeres y los niños, que celebraban sus insólitas historias. Sln embargo, muchos años más tarde, cuando mi marido fue nombrado agregado cultural en Venezuela, fui a verla en su lecho de enferma para despedirme y la encontré sola con su hijo Pablo. - No viene nadie - me dijo -, será porque ahora no puedo reírme - A los pocos días de arribar a Venezuela, supe de su muerte. La vi durante toda mi vida, siempre alegre, rutando cada minuto que le tocó vivir, sin quejarse jamás, luchaba denodadamente desde que enviudó para tener a numerosos hijos. Nunca la escuché hablar mal de nadie, nunca pedía nada, solamente amistad. Mis padres la quisleron mucho. Solía llegar a medianoche, diciendo: vengo a comer un plato de comida y a tomar un trago. He trajinado todo el día -. Entraba con los zapatos en la mano, muchas veces empapada por la lluvia - Date un baño caliente le decía la mamá - y cambíate esa ropa mojada - Después se tendía en un sofá y con un vaso en la mano fumaba fiablemente, diciendo con voz ronca: ¡Qué bien me siento con ustedes! Es linda la vida, ¿verdad, Pablo? - Sí, contestaba mi padre - aunque haya que descrestarse para vivir.
Lukó de Rokha: «Retrato de mi Padre».