He aquí un poema de María Lefebre que le da patente de escritora indiscutible:
“En mi copa está el vino, bebedor ¿qué esperas?
Todo es para ti; quiero verte embriagado:
para ti yo he guardado mi primera vendimia
y en mi copa te ofrezco lo que nadie ha probado.
“En mi copa está el vino, bebedor ¿qué esperas?
aun nadie ha podido conocer su sabor:
es vino de mi viña, es fuerza de mi tierra,
bebe, ¡bebe y serás creador!”
Este es el poema. Los franceses que mucho saben de poesía, de vino y de mujeres, publicaron en Francia, en la lengua de Verlaine, de Baudelaire y de Mallarmé, los versos. Los leyó Francia, que es como decir el mundo. Y ahí se quedaron. ¿Acaso estarán en alguna memoria, o habrán subido las alturas de Montmartre que en aquella época aun existía? La verdad es que yo no quería decir que de esto hasta ahora se han interpuesto como suspensivos luminosos, muchas lunas…
En olor de arte y de amor, a la luz oro verde del mar, vino a la vida María Lefebre en Viña del Mar, llamada entonces La Perla del Pacífico. Su vida sentimental y literaria empezó a los quince años, la edad de Teodorinda de Pezoa Véliz y de todas las que nacen con predisposición para devanar sueños.
Vio que el mundo era un poema inmenso, más bien que a esa edad se ve madurar el árbol de la poesía y los versos se cogen como las manzanas de las Hespérides, venciendo al guardador: María Monvel, Marcelle Aucler, María Antonieta Le Quesne, que dejó esta tierra a los 22 años, ahorcada en la cuerda de su tragedia sin paralelo, y a otras.
Publicó María, dos versos de amor –ella nació sabiendo lo que era aquello- en “Zig-Zag” y luego en “Cosmópolis” de Gómez Carrillo. Fue al Perú. Dice:
-Allí me trataron en forma inolvidable; escribí en “La Crónica”. Conocí hombres encantadores, grandes artistas como Pablo Abril, Garland y al maestro González Prada. Cuando volví al pasar por Iquique, ya precedida de fama, Víctor Domingo Silva fue a bordo para entrevistarme. Yo estaba allí cuando al subir preguntó:
-¿Dónde está la poetisa María Lefebre?
-Está allá, es esa niña.
El poeta, que diría “La Provincia”, miró y preguntó de nuevo:
-¿Cuál es?
-Esa niña.
Me trató muy bien. Fue todo lo que allí vi; un homenaje magnífico que se repitió en Antofagasta. Por fin llegué a Valparaíso. Allí había mucha efervescencia literaria. Mi casa fue el cenáculo más concurrido. (Quiero antes estampar un recuerdo para aquellas almas que me condujeron a todas partes en la alfombra mágica de la comprensión: Julio Santander, Murillo y Sandalio Bórquez en Antofagasta y La Serena). Como decía, en Valparaíso se hacía arte y la Mascota del arte, fui yo. Tú me conociste. Por aquella época te aplaudían en el Apolo, pero tú… fuiste amigo de María Antonieta.
Recuerdas al loco Idiaquez de la Fuente, el gran Zoilo Escobar, a Ponce Victoriano Lillo el negro Vera y Brandy Vera, el inmortal Lucho Rojas Gallardo y también Alberto Rojas Jiménez, que marcaba su silueta en el horizonte de las grandes realizaciones de arte?
-Yo estuve también cerca de aquellos hombres que le enmendaban la plana a la literatura. Brandy Vera decía en una crítica que mis dramas criollos estaban imitados de Ibsen…
-Debo recordar a Julio Walton, tan fino, tan estudioso y a Carlos Barella… y a tantos”.
Cuando cae de sus labios el nombre de Carlos Barella sube a mi memoria una novela, la más original que haya urdido la vida; pero me la callo, María también la recuerda, mas también quiere conservarla inédita. Le pregunto:
-¿Tú publicaste un libro de versos?
-Sí, pero no circuló, no me gustó; lo quemé. Si supieras… las llamas me lamían el corazón, el cerebro, los nervios. Creo que en aquella noche, murió en mí gran parte de mi sensibilidad.
-Se cuenta un episodio relacionado con ese auto de fe, digo-. Dicen que tú tenías un marido, al que por sinceridad –y no por murguerismo- adorabas y para el cual no había un recuerdo en el libro. Cuando le preguntaste si le gustaba, te respondió con voz perfumada de cipreses del camposanto ¿no es así como llaman al cementerio? Que sí. Tu comprendiste su dolor e hiciste el sacrificio. ¡Ah! Eres superior a Mimí y a Musetta pero creo que menos que Francina. De todos modos estuvo bien.
Me mira y calla. Fuegos lejanos estremecen sus recuerdos. Aquel hombre bueno le dio diez hijos, de ellos seis hijas, de las que escriben versos, es el mejor recuerdo de María. Creo que a la hora en que el crepúsculo cuelga sus cortinas de púrpura, todavía lo llora. Está bien, María, mientras recuerdes y sientas, no serás vieja, no. Bueno, tú no serás nunca vieja.
-Era bueno, dice, más que bueno. Cuando se fue quedé pobre, pobre, no sabes cuánto. Tenía mis hijos, mi amor y mis brazos. Me puse a trabajar ¿comprendes? A trabajar. Saqué una revista, gané dinero, comimos, nos vestimos, todo… Supe lo que era la dulzura de deberse a sí misma, aprendí a trabajar, vi crecer a mis hijos e hijas y las vi sonreír. ¡Yo había bordado esa felicidad!
-Después fui jefe de avisos de “La Crítica” y ahora tengo “Selecciones de María Lefebre”. Todos me han ayudado, el primero Joaquín Edwards. Todos, nadie me cierra las puertas. Estoy feliz. He demostrado que soy esforzada, más que varios hombres que lo sean. Sé trabajar, tengo derecho a cuando pueda dar la vida. No haré, tal vez, una fortuna, pero viviré de lo que no vive nadie que no tenga grandes capitales, de la edición de una revista.
-¿No tienes un deseo nuevo?
-Quisiera otra vendimia de versos, de… mira, no me hagas decir esas cosas que creía a los quince años, no está bien. Quiero que el arte siga en marcha ascendente, que los hombres sean hombres y las mujeres, mujeres y que la nueva generación nazca con la Estrella de los Magos en el corazón.
-Así sea, respondo.
Entonces en la Librería de Nascimento, donde estamos, hay un enjambre de escritores, todos creen hacer el presente y tejer el porvenir. Desde aquí repito una vez más la frase: Así sea.
Fuente: CRÍTICA APARECIDA EN LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EL DÍA 29-07-1944. AUTOR: ANTONIO ACEVEDO HERNÁNDEZ