Si Dios se hubiese asociado.
Todo Santiago, representado por los escritores, los bohemios, los periodistas, los políticos, los artistas, y los innumerables amigos de una larga cosecha de vida, desfilaron ante los restos de María Lefebre Lever, velados en la sede de la Sociedad de Escritores.
Y en el camposanto, también hubo una multitud. Nadie o casi nadie, faltó a la última cita con la mujer que supo compartir el pan y el vino de la amistad.
A nombre de la SECH, despidió sus restos Irma Astorga. Sus palabras trasuntan la emoción del instante:
“Todas las posibilidades caben dentro del hombre. Pero cuando la vida se escurre – como un haz de luz – de los dedos, se va y no vuelve a su mano. He ahí la posibilidad fallida.
Parecía imposible, por ejemplo, que María se fuese del brazo con la muerte, pero ha sido así. Seguramente, la conversación fue demasiado interesante, y ahí están las dos magas, enredadas en un diálogo que nadie habrá de interrumpir.
Sí, ahí está María, la madre, la abuela, pero por sobre todo, la incomparable amiga. La de la ronca y ancha risa. Aquí está como un leño aparentemente apagado, pero verde y frondoso en nuestra memoria. Tan verde y frondoso, que si nosotros uniéramos nuestras voces y le dijéramos a coro; ¡María levántate y anda!, ella lo haría por amor a nosotros.
Pero también estoy segura que lo haría a regañadientes, por que yo sé que maría amó mucho la vida, pero muchísimo más la muerte. Siempre, detrás de esos ojos alegres, hubo una lágrima gravitando en ellos. Y cómo no haberla si para ella nunca la felicidad fue completa.
Al despertar y dormirse, nunca dejó de morderla la angustia de los desamparados de la suerte. De todos los desamparados. De todos los niños. Porque para ella, no había hijos ajenos. En cada pan que ella partía, simbólicamente estaba dando alimento y ternura a todas las bocas y a todas las almas vacías.
Cuantas veces le escuché esa frase tan suya: - Come con alegría lo mucho o lo poco, que otros sólo tienen saliva en la boca.
María fue pues, el pan compartido, la moneda en un sorbo de vino. Su casa, una mágica alegría, donde la desolación no habría encontrado cabida.
Pero también María fue una sibila, que escudriñaba los designios ocultos en el rostro de unos naipes de su invención. Más, esos naipes – ¡Oh milagro de su enorme corazón! – no hablaban de desgracias ni de amores truncos. Porque para ella, todos nuestros deseos tenían que cumplirse, siempre y cuando pusiéramos en nuestros actos la dosis necesaria de fe y amor.
¡Qué hermoso habría sido el mundo si Dios se hubiese asociado con María para manejarlo!
María Lefebre: la Sociedad de Escritores de Chile, a la que tú tanto quisiste, ha confiado en mí la dolorosa tarea de despedirte en este umbral.
Me he armado de valor y he cumplido.
Ahora permíteme la debilidad de unas lágrimas inevitables.
Hasta pronto.
IRMA ASTORGA – ESCRITORA. Artículo elaborado por Licha Ballerino. Publicado en Revista Dominical (páginas centrales). Diario La Nación, 27 de agosto de 1972.