María volvió la cara a la gitana, sonriéndole, hechizándola con sus ojos que descubrían el doble fondo de la tierra y del hombre, y le gritó, mandándola:
«¿Qué vas a verme tú la suerte a mí! ¡Dame tu mano! ¿Sabes quién te habla?: María Lefebre!
La gitana, vencida , escuchó «su suerte» ante aquella maestra, y cuando María terminó sus vaticinios, le pasó un billete de de diez pesos:
-¿Pueden venir los de la tribu? - preguntó respetuosa.
María, con solemnidad, fijó horas de atención a los gitanos y una tarifa. Durante más de un mes comimos agadecidos del azar, que bien podría llamarse María Lefebre.
Relata Andrés Sabella.