Artículos de Opinión

María y Ramón en el fundo de Chimbarongo.

El cuarto donde se guardaba el forraje, también servía de guarida a algún visitante de paso.

Una noche llegó un hombre al fundo, pidiendo alojamiento, y se cobijó en ese cuarto.

Poco a poco, José fue quedándose y ayudaba en diversos quehaceres; desde pelar papas o cocinar, hasta darle la mamadera al más pequeño. El tiempo transcurría plácidamente, hasta el día en que apareció el comisario del pueblo para hablar con María.

Lo cierto es que el buen José tenía cuentas pendientes con la justicia, y el comisario se lo hizo saber a María.

Una vez que la autoridad se marchó, María habló con José:

- “José. Ya saben quién eres tú y vendrán a buscarte a las 3 PM”. –

Pacto mudo. María lo observó en silencio. José bajó la cabeza. Sólo dijo: - “Gracias patrona”.-

María ya se alejaba, cuando le escuchó decir: - “Voy a echar de menos al niño”

 

 

Unas espuelas de plata

Era costumbre invitar a los artistas, que llegaban de pueblos más grandes.

El dúo Acosta y Montenegro tuvo su actuación en el pueblo. En la ocasión, los anfitriones, María y Ramón, regaló al dúo unas bellísimas espuelas de plata.

Algunos años después, la cosecha fue mala para ellos. Hubo que vender el fundo y los animales. Ramón enfermó gravemente y empezó un largo periodo de “vacas flacas”. Debieron ir a vivir a Santiago.

Una noche del mes de julio, negra y cruda, el matrimonio fue a la Galería del Cine Bolívar. Para amenizar el intermedio, anunciaron al dúo Acosta y Montenegro. En su última intervención:

- “Esta canción queremos dedicarla a un matrimonio de magnates que algunos años atrás en tierras de Chimbarongo, nos obsequió éstas espléndidas espuelas de plata.
“¿Dónde vas golondrina, dónde vas picaflor?
Si ves a mi china, recordadle mi amor.”

María abrazó a Ramón y sus miradas echaron un vistazo al tiempo transcurrido.

 

 

Filiberto Baronti en Restaurante Imperio

El relato habla cuando Almendra trabajaba en la Alianza de Intelectuales, ubicada en calle Estado N°15.

Vecina a este lugar se encontraba la sala donde se reunían los músicos.

Por esos días, el más perseverante admirador, Filiberto Baronti, quien sería primer violón de la Orquesta Sinfónica, y uno de los autores de la ley que rige hasta hoy día.

Filiberto se enteró por una conversación telefónica que Almendra había invitado a María a cenar en el Restaurante Imperio, como solía ocurrir cuando Almendra cobraba su sueldo. Ocasión que no desperdició el apasionado violinista y se acopló a la invitación.

La cena estuvo espléndida. No faltó el vino y la conversación amena.

Ya estaban en el postre, cuando María preguntó sin preámbulos, ejerciendo sus dotes de casamentera.

Filiberto. ¿Tú tienes intenciones de casarte con Almendra?

Al escuchar la pregunta, Almendra se levantó indignada de la mesa, y salió del lugar. El galán, salió corriendo tras ella y desde la puerta del “Imperio”, gritó:

¡Señorita Almendra!, ¡señorita Almendra!, venga a pagar la cuenta.

 

 

Viaje a Valparaíso

Cuando Juan Pablo, el menor de sus hijos estaba pequeño, María debió bajar a Valparaíso; pero, sólo tenía dinero para comprar un pasaje, por lo que dijo a Juan Pablo que se agachara en el asiento.
Al cabo de unos minutos se acercó el inspector e insistió en que el niño debía pagar el pasaje. María trató de ser convincente.

“ Io no parlo españolo. Mio bambino molto pequeño”.-

El inspector midió a Juan Pablo y dijo:

“Señora, el niño tiene la estatura para pagar el pasaje.
“Io no parlo castellano. Mio bambino molto pequeño – insistió María.
Molto bene, siñora – dijo el inspector – si usted no paga el pasaje del bambino, en la prossima estazione va a subir un carabinieri que la hará bajar a usted y al bambino con un palo di luma.

 

 

El negro Mesa

María y Ramón disfrutaron del almuerzo que preparara la mujer del negro. Este amigo era un hombre sencillo que tenía sus tierras en Chimbarongo.

La sobremesa estaba en su apogeo. De repente, María recordó que era hora de dar pecho al más pequeño. Para cumplir la hermosa tarea debía volver al fundo. Se dispuso a partir montando su caballo a todo galope.

Amamantó al niño y volvió a montar para regresar donde el negro mesa y reanudar la conversación; pero, se detuvo unos segundos, y cayó en la cuenta que el sol ya se ocultaba por las encinas de la alameda. Sintió algo de temor, luego se armó de coraje y partió. A poco galopar, escuchó el galope de un caballo al paso del de ella. Dio vuelta la cabeza y lo vió a la altura del gran sauce. Era joven y llevaba un pañuelo rojo al cuello y un negro sombrero alón. La compañía del jinete la tranquilizó. Llegó a su destino y buscó al hombre para agradecer su compañía, pero no había nadie.

Cuando llegó a la mesa, donde se habían reunido algunas señoras de los alrededores, y amigos del negro, contó lo que le había sucedido con el jinete del sombrero alón. Los comensales se persignaron. ¡Ave María purísima! ¡Sin pecado concebida! Y, luego contaron que hacía algunos años una noche helada el joven argentino fue estrangulado a la altura del gran sauce; y, que aparecía cada tanto para acompañar al visitante solitario.

 

 

Navidad

Fue una navidad, hace ya mucho tiempo. Los hijos eran pequeños.

Recuerdo que una hermana de don Ramón les mandó de regalo un pavo enorme y un kilo de café y eso era lo único que tenías. Y entonces, Misia María: - “Almendra, acompáñame. Ponte el vestido verde y la boina francesa”.

- Vi a Misia María muy cansada pero feliz. Caminaron desde General Velásquez hasta Estación Central. Puerta a puerta, ofreciendo sólo una cucharada por casa, del “más exquisito café que se haya probado alguna vez”.

“Solo puedo vender una cucharada” – decía María – convenciendo a los compradores.

Con la venta del café juntaron unos buenos pesos, luego, partieron a comprar juguetes para los chiquillos, guirnaldas y combustible para cocinar el “gran pavo”. La cena estaba salvada esa noche buena. Eligieron palitroques, soldados de plomo, y pelotas para los niños. Unas horrendas muñecas de cartón piedra, con cachetes colorados para las niñas. Los fuegos artificiales reventaban con fuerza en el cielo.

La alegría los hizo ver al viejo de pascua sobre un trineo en medio de las nubes.

 

Marta Latorre, hija del Almirante Latorre

Marta Latorre, con el Príncipe de Lieven, tenían tierras en Paposo, Tal Tal.

El matrimonio regaló a María dos galgos rusos: Sonia y Boris.

Por esos días María estaba en el quinto mes de embarazo, con su gran barriga y claras muestras de estar bien alimentada. Salió por los alrededores a pasear sus nuevos perros. A poco andar, dos campesinos quedaron boquiabiertos contemplando a María, al tiempo que espontáneamente exclamaron:

- “¡Guen dar con la patroncita! ¡Se comió toa la comía... y no le dejó na a los perros!

 


Café Iris

En Alameda, cerca de calle Etado, se encontraba el Café iris.

Una noche, Almendra con Filiberto estaban en el lugar. A los pocos minutos, de una mesa vecina se alzó una copa. Era Pablo de Rokha, al enterarse de la presencia de una hija de María Lefebre. Elevando la voz comentó:
“ Las comidas más ricas que he probado fueron hechas por María; con cebollas grandes y ajos lustrosos” –

 

 

He visto otras mejores

Un día soleado, María fue a visitar a su amiga Amalia Vicuña Armstrong, en pleno centro de Santiago. María subió al ascensor muy garbosa; una vez dentro se percató de la presencia de un caballero, que aprovechando el momento descubrió sus encantos frente a ella, y le dijo – “Mire, mire”.

Entonces María, conservando su temple lo observó un segundo, y en seguida le respondió: - He visto otras mejores.

 

Anécdotas narradas por Sylvia Baronti en el libro La Última Bohemia. Solicitar libro.

 

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