El “guatón Lillo” lo llamaban cariñosamente sus amigos. Como actor era distinguido por el público, que también lo llamaba “guatón Lillo”.
Nos encontramos de vacaciones en Valparaíso. Ambos visitábamos a la familia Salinas, dueños de una gran quinta en el Cerro Barón. Evaristo simpatizaba mucho con los muchachos de la casa, cuatro niños muy mal educados.
Como fin de fiesta, se concertó una competencia de volantines. El querido gordo llevaba todas las probabilidades de ganar. Su volantín, como un pájaro rojo haciendo figuras en el aire, logró estabilizarse victorioso sobre sus competidores.
Arturito Salinas, el regalón de la familia, “picado” por el triunfo, con la crueldad de la infancia, sacando un cortaplumas, cortó el hilo del volantín de Evaristo a pocos centímetros de su mano. El hombre, atónito, miró apenado la caída de su entretenimiento. Entre las risas y el alboroto general, surgió como saeta la intervención del niño, gritando: - El guatón va a llorar, el guatón va a llorar.
Lillo abandonó la competencia, y haciendo caso omiso de las burlas, regresó a la casa... lo seguí comprensiva. Después de un rato de caminar silencioso dijo apenado:
¿Por qué será, Maria?... Siempre es así... cortan el hilo de la felicidad a poca distancia de mi mano.