Siempre con Andrés, teníamos algún programa de festejos; ésta vez le tocó a una publicación suya que acababa de salir a la circulación, y para tan solemne oportunidad decidimos visitar el “Cocodrilo”. Famoso por su ambiente, quedaba pasado la Estación Central, allá por donde el diablo perdió el poncho. Nuestra cena fue todo un éxito, una mezcla extraña de lo divino y lo humano, dos ángeles gordos, blanco y tinto, presidían nuestra mesa, uniendo los delicados versos, a la gallina que golosos comíamos a pura mano. Hasta aquí todo anduvo bien, pero el regreso fue una tragedia, nuestra fiesta principió en la víspera de un primero de mayo, por ser tal fecha no había locomoción y, para colmo, una lluvia imprevista caía despiadadamente empapándonos.
Pasó un carretón cargado para la Vega Central sin toldo y repleto de lechugas y zanahorias; hicimos parar al chacarero dueño del carretón, después de oír nuestras cuitas nos invitó a subir, prometiendo dejarnos en el “Iris”, restaurante - fuente de soda frente a la Iglesia de San Francisco; sitio de reunión de artistas y bohemios. Irma Astorga, tendida románticamente sobre las lechugas, recitaba estos versos de Verlaine, sin salirse de las dos únicas estrofas que sabia: “llanto en mi corazón y lluvia en la ciudad / que lánguida emoción, me rompe el corazón”.
Andrés Sabella suspiraba, y lloraba mezclando sus lagrimas con la lluvia, Ramonet Reina y yo tiritando de frío en el pescante. Nuestra llegada al “Iris” fue triunfal, alguien dio la voz, salieron hasta los mozos a recibirnos, en un santiamén humeaban en nuestra mesa sendas tazas de café negro. Esto fue el comienzo de la pulmonía de Andrés.
Fui a verlo al hospital San Vicente, el padre del poeta se paseaba preocupado frente a su pieza, hubo el siguiente dialogo:
¿El señor Sabella?
A sus órdenes señora
Soy Maria Lefebre, muy amiga de Andrés, me dijeron que necesitaba sangre del grupo 2, para su transfusión, es la mía, en el momento que usted quiera puede disponer de ella.
Gracias, gracias, muy amable de su parte, tome asiento señora, luego vendrá una enfermera (breve silencio).
- ¿Y como está Andrés?
- Mal, mal, este hijo mío no se cuida
- Debe haberse enfermado después de la cena del “Cocodrilo”
- ¿Dónde?
Y para entretenerlo, ya que estaba muy preocupado, relaté con lujo de detalles nuestra odisea del primero de mayo, poniéndole término justo cuando llega una enfermera que supuse seria la encargada de sacarme sangre, me levanté para seguirla, pero el señor Sabella con una mueca que quiso ser sonrisa, me suplicó, sujetándome por el brazo:
- Por favor señora, muy agradecido, pero no de sangre a ese pobre hijo mío, loco él, ¡loca usted! Saldrá peor que antes.