Con Eliana, le dijimos a nuestros maridos, que esa noche nos gustaría cenar en un boliche del bravo barrio Matadero. Fernando y Ramón, aceptaron encantados. Salvador Reyes, que llegó en esos momentos, fue el invitado de honor.
Llegamos donde “Jacques”, Fernando pidió los platos de la casa: cazuela de pava, mollejas con puré y el tan famoso vino soleado de Lontué.
Transcurrió la cena en medio de una calma y tranquilidad absoluta que a nosotras nos llenó de desilusión, ¡habíamos esperado tremendos acontecimientos! El Matadero es un barrio famoso por su exaltado vivir. Hasta ese momento era lo mismo que cenar en el más distinguido restaurante céntrico. Burlados regresaríamos a casa. En el momento de tomar ésta determinación, entraron al local seis “pijes de barrio”. Con suprema insolencia pasearon su mirada por los comedores y al descubrirnos “buenonas”, trataron de lucir su incultura en procaces piropos, haciendo caso omiso de nuestros acompañantes. Fernando en ese entonces, robándole tiempo a sus trabajos intelectuales, era aficionado al deporte, el box era su preferido. Demostró plenamente la eficacia de sus conocimientos, tendiendo cuán largo era de una magnifica bofetada al que hacía de cabecilla. Se cumplieron nuestros sueños, la realidad superó a la fantasía; volaban las mesas, las sillas y todo proyectil factible de ser esgrimido en el ataque o en la defensa.
Con Eliana habíamos buscado refugio cerca de un balcón y mirábamos caer y arrastrar en calidad de bultos uno tras otro, los matoncitos promotores de tan feliz pelea.
La policía, se hizo presente y en sus indagaciones, preguntó a una mujer del grupo callejero que presenciaba los acontecimientos: ¿qué pasa aquí?
Debe ser un incendio – dijo la mujer - ¡Gracias a Dios!, Hay dentro tres caballeros que han salvado a éstos jovencitos asfixiados, tirándolos por la ventana ¡por suerte fue en el primer piso!.