Éramos cinco, Fernando, Eliana y yo, y los poetas Carlos Barella y Pedro Sienna, eufórico, esa noche tenía una cita de amor, lucía impecable con su tenida oscura.
Decidimos ir a dejarlo en el automóvil de Fernando, que era un convertible del año 20, Pedro se acomodó sobre la capota plegable. Ebrio de romanticismo, recitaba poemas. Entre ellos éste alusivo a su sentir del momento:
Yo sé que es harto triste mi señora
Tener un alma así como la mía,
Que no debo vivir como hasta ahora
Que sólo un gran amor me salvaría
Llegamos al sitio de su entrevista. Desbordante de energía, en un limpio salto estuvo en el suelo. Sentimos como el rasgarse de una tela y contestamos a su amplio ademán de adiós.
Nos dio la espalda y se encaminó rápido a su destino. Nuestros ojos espantados se clavaron en el blanco insolente de sus calzoncillos, que inmisericorde asomaban rompiendo su elegante figura. Prendido de la capota, ondulaba la parte trasera de sus pantalones.