Carlos Canut De Bon, conocido escultor, había quedado de encontrarse conmigo frente al correo central. Llegó trayendo dificultosamente entre sus manos tres hermosas manzanas. Me las pasó, diciendo: “será mejor que nos acomodemos en un banco de la plaza; ésta fruta prohibida tiene su historia”; y mirando a todos lados, como si temiera un encuentro, atravesó junto a mí la calzada.
Ya cómodamente sentados, exclamó: ¡Las cosas que yo puedo hacer por tu amistad! Principió su relato:
En mi casa, un modesto chalecito en calle Independencia, asomado al balcón de mi alcoba, divisé unas manzanas en el huerto vecino, que lucían en toda su magnificencia, al caer sobre ellas los primeros rayos del sol.
Sin pensarlo dos veces, bajé al jardín. ¡Todo era silencio!. La muralla, no muy alta, me permitió pasar con facilidad a la propiedad colindante. Al ruido de mi caída, despertó un horrible y desconsiderado perro buldog, que, sin ningún miramiento se prendió a mis pantalones, mientras yo cogía el codiciado botín. A mis gritos, llegó el dueño de la casa que, con soeces palabras me increpó duramente llamándome ladrón.
Siempre cogido por los dientes del furioso animal, fui dando explicaciones y recordándole a ese mequetrefe que en una ocasión lo había salvado de ser cogoteado en la esquina de su residencia. Después de muchos dimes y diretes, llegamos a un acuerdo: Yo perdonaría sus impertinencias y saldría por la puerta de calle como un caballero. Al perro costó más convencerlo. ¡Parte de mis pantalones quedaron entre sus dientes!.
Canut, iba en ese acápite de su historia cuando se acercó a nosotros un vendedor de frutas, diciéndole: - Oiga, don Canut, aquí le traigo otras tres manzanas; déjeselas todas, por tres chauchas. Estoy re´cansao pa´ seguir jodiéndome con este solazo.
Carlos las recibió sin inmutarse, y pasándomelas dijo: - Perdona Marita; quise quitarle la vulgaridad a mi obsequio.
Y habló protector al hombre que esperaba.- Bien, amigo, regrese a su hogar y descanse; estoy encantado de evitarle una insolación, mañana arreglaremos nuestras cuentas.
Ante la hilaridad que me produjo la escena, muy serio me explicó: - éstos hombres de nuestro pueblo son muy patriotas, tienen verdadera veneración por sus héroes. Este me ha encargado una reproducción en yeso del combate naval de Iquique.