El maestro tenía una marcada ubicación entre lo material y el idealismo, pero siempre grande en todos sus aspectos.
Una vez, en el jardín de Olga Viñez, me dijo Juan Francisco: - amo las rosas sobre todas las flores, son tan delicadas ¡mira éstas blancas, mustias bajo el sol, y esa otra amarilla, erguida y soberbia como una reina!.
Su nerviosa mano tuvo quietud de caricia al recoger un capullo desprendido.
¡Pobrecito! – murmuró, tomándolo con suavidad para dejarlo junto a la raíz del rosal. Su delicadeza me inspiró una gran ternura; quise hablarle. Pero él, absorto en sus sueños, continuó su paseo entre las flores, llevando en la retina – estoy segura – rosas, rosas... muchas rosas.
En Melipilla pasó gran parte de su vida. Allí fue colocado un busto en su memoria. En el fino hechizo de cuatro versos, gravados en la piedra, Ángel Cruchaga Santa Maria dejó un póstumo homenaje:
¡Oh mago de la luz, dueño del día,
para alumbrar la noche de tu viaje,
una estrella prolonga su agonía
en el claro silencio del paisaje!