Fernando se tambaleó, trató de tomarse de una de las pilastras del templo de San Agustín, quiso abarcarla entera con sus brazos, ¡no podía sujetarse!. Hizo un último esfuerzo, para caer por fin cuan largo era en plena calle Estado, a la salida de la misa de doce... las mujeres se arremolinaron a su lado, también se acercaron algunos señores.
- ¿Qué le pasa a éste joven?
- Es un ataque
- Parece que está muerto
- La botica Petrizzio está de turno - dijo uno de buena voluntad, ofreciendo su automóvil. Lo echaron dentro y caminaron despacio el corto trecho que los separaba de ella, seguido de una veintena de personas. Lo bajaron, tendiendo cuidadosamente en el suelo de la farmacia.
- Puede ser una conmoción
- No conviene moverlo
- Llamaré a un doctor – dijo asustado el boticario
- Déle algo mientras tanto, pidió un señor al dependiente.
- Tiene los labios secos – dijo otra - ¿qué podría tomar?
Como volviendo de los brazos de la muerte Fernando se sentó con gran esfuerzo:
Un tinto - dijo – y se desplomó pesadamente.