El escultor Manuel Banderas y el dibujante Luis Araya Bustos, se conocían desde su niñez. No obstante esa larga amistad, siempre sus farras terminaban en peleas.
En una ocasión, de una bien regada cena, con vino pipeño, regresaban a sus hogares, y como siempre discutiendo.
Palabras hirientes excitaron más sus ánimos. Enfrentando su casa, Araya Bustos exasperado le lanzó un fuerte puñetazo en un costado a su querido amigo, seguido de un airado ¡Adiós!, finalizando así la parranda. Banderas, caído sobre el pavimento se quejó:
- Dame la mano para levantarme huevón ¡Me quebraste una costilla, desgraciado!
- Araya se acercó con inseguridad, refunfuñando:
- ¡Hasta cuando jode, compañero!: ... y agachándose, le tendió la mano con intención de levantarlo, momento que aprovechó Banderas para devolverle el puñetazo recibido.
Con este esfuerzo, terminó el ímpetu de Manuel, y ambos en una tregua soporífera, quedaron fuera de combate.
Banderas fue el primero en reaccionar. Observó a su compañero que roncaba plácidamente; el aire del amanecer había disipado su borrachera, y compadecido del amigo de la infancia, lo alzó, cargándolo sobre sus hombros, y dirigió sus pasos hacia la casa de éste.
Con un fuerte timbrazo anunció su llegada. Al abrirse la puerta de calle y aparecer uno de los familiares, lo entregó con delicadeza, recomendando:
- Aquí les dejo este “cuero” ¡Cuídenlo mucho, es vino pipeño!