A mi arribo al puerto de Corral, me enteré que Gabriela se encontraba en Valdivia.
Traía de Punta Arenas una carta para ella, del pintor español Parmarola.
El señor O’Ryan, práctico de Bahía, gran admirador de Gabriela, se ofreció para llevarme a su residencia. No tuvimos la suerte de encontrarla. Según nos dijeron, visitaba los alrededores de Valdivia en compañía de Agustín Prat y un abogado escritor de esa localidad.
Cumpliendo mi deseo, en sentido contrario venia una lancha, entre sus ocupantes reconocí a mi amiga.
Alborozada la llamé: ¡Gabriela!. Ella, al mirarme y reconocerme contesto ¡María!. Y ambas nos levantamos precipitadamente para saludarnos, perdiendo el equilibrio, y entre una gran algarabía nos dimos un chapuceado abrazo entre las heladas aguas del río Calle-Calle.