Luis dijo a su madre: - Ya no estudio más. Dile a mi tío que me dé un puesto en la Gobernación.
Su tío era Gobernador de Quillota y estábamos en su casa. Alberto cursaba cuarta preparatoria en el Liceo, tenia 11 años.
Pienso casarme y necesito plata, nos iremos con Marita a la India; y mostró las láminas de un libro que hablaba de ella. Todos rieron sin recordar su sensibilidad. Alberto, con los ojos llenos de lágrimas salió del salón, rechazando a sus familiares que querían acariciarlo.
Esa misma tarde trajo una rosa, mostrándome sus manos arañadas y un rasgón enorme en sus primeros pantalones largos.
- ¿Con quien peleaste?
- No peleé, me caí de la tapia.
- ¿Qué harás con la rosa?
- Se la daré a mi mamá... no seas tonta, es para ti.
Después de ese verano pasé mucho tiempo sin verlo. Supe de sus andanzas, sus éxitos, y sus extravagancias. Un día cualquiera llegó a visitarme, lo acompañaba un amigo, poeta como él. Traían grandes chambergos y pantalones de “diablo fuerte”, flotantes corbatas, zapatos entierrados. Ya habían recorrido Playa Ancha, sus playas y sus cerros. Alberto embutido en un largo sobretodo color “torcaza” y Salvador Reyes, que era el otro, con su corta chaqueta a pesar del frío.
Después supe que el vestón de Alberto había quedado en Santiago en un bar cerca de la estación, teniendo que ocupar el abrigo de su compañero, desecharon la invitación de alojar en mi casa, pero gustosos ocuparon un cuartito que divisaron al pasar por el primer piso, bajo la escalera de servicio, con una puerta independiente. Hasta ellos, por medio de un cordel llegaban ollas de comida desde el piso superior. Estaban felices.
En 1931, Alberto, trajo de Francia dos hermosas telas, en ellas venían empaquetadas algunas prendas de vestir. Así era él; despreocupado y al igual que cuando niño se taimaba, sino accedían a realizar su capricho. Mientras relataba su viaje, o soñaba, hacia pajaritos de papel. Le gustaba el vino y su embriaguez.
En 1934, murió en su línea de bohemio. Hubo una alegre fiesta y una cena muy regada en la “Posada del Corregidor”. Después de un “boche” con el dueño, que le despojó de su chaqueta para cancelar el saldo de una cuenta, largándolo a la calle bajo una lluvia torrencial. Y éste fue su fin.
De su primer libro, desconocido para muchos, no he encontrado un ejemplar. El mío me lo robaron con esta dedicatoria: “para Maria y su hociquillo de perrita regalona, con mi afecto y admiración de toda la vida”. Luis Alberto.
Ahora digo como Neruda: “Luis Alberto Rojas Jiménez, viene volando”.