Pedro, conociendo los gustos de su amigo, el pintor Juan Francisco González, lo invitó a cenar a su casa. Una fuente, con hermosas lechugas adornaba la mesa. Mientras Juan Francisco se dedicaba al menester de aliñar la ensalada, hablaba con el poeta, ensalzando el colorido, la lozanía y hasta la esbeltez de las lechugas. Pedro sonreía lleno de orgullo – “mis lechugas – dijo – son cultivadas con amor. Encuentro en ellas la sensibilidad de una mujer y... para que resulten exquisitas hay que cogerlas en la noche, después de su primer sueño”.
Deliciosas, deliciosas, exclamo Juan Francisco saboreándose.
Es que tú no sabes – añadió Pedro – estimulado por la exclamación de su amigo, - éstas las tomé de sorpresa cuando la luna las besaba.