En Tomé me encontré con Carlos Dorlhiac, que caminaba en compañía de un amigo, aperados de cajas de pintura, pisos plegables y quitasoles. Los acompañé hasta Dichato, por un camino sombreado de árboles y pintorescos chalequitos.
Asomada a un balcón, nos llamo una señora: - ¡Por favor!, Pasen un momentito -. Desde la puerta nos invito con señas a que nos acercáramos; nosotros nos sentimos agradecidos y le expresamos que regresaríamos.
Carlos emocionado, comento: - “Que cariñosa es la gente de acá, han visto que somos artistas forasteros y quieren festejarnos”.
El amigo Carlos, esperanzado, nos dijo: - Por favor, tengo un hambre terrible y mucha sed. Ya no aguanto más, ¡Aceptemos!.
La próxima invitación no tardó en llegar. Pasábamos frente a una hermosa residencia y nos salió al encuentro una empleada doméstica, quien sin preámbulos, nos dijo: - ¡Dice la señora que pasen!.
La seguimos contentos, desde la cocina llegaba un aroma a empanadas que deleito nuestro olfato. Se adelantó la mujer, y esperando nuestra entrada, cerró la verja con llave, dejándonos en el jardín. Entró a la casa y regresó trayendo unos paraguas, los que entregó a Dorlhiac, mientras éste la contemplaba estupefacto, y le dijo: ¡dice la señora que no le vaya a cobrar muy caro por los arreglitos!.