Invitada por Gabriela Mistral, Olga llegó a Italia. Cumplía con esto uno de sus más caros anhelos; continuar su viaje y ver a su amiga, con quien mantenía una ininterrumpida correspondencia.
Y así, Olga Acevedo pasó en Capo di Monte (Nápoles) tres meses inolvidables en casa de Gabriela. Le hicieron conocer toda la región y sus más puras tradiciones artísticas. Después de estos vagabundeos, cada vez más interesantes, la casa de la escritora era un grato refugio. Ahí, leían y charlaban animadamente, esperando la hora de cenar en el Ristorante Santa Lucía, junto a la rivera del mar.
Los días pasaron veloces en su encadenamiento de belleza, y se acercaba el momento de la despedida.
En la víspera de su regreso, Olga preguntó a Gabriela: ¿Cuándo la volveré a ver?.
La interrogada meditó un momento su respuesta: - Cara Olga, dijo entristecida, dejé para esta última cena mis agradecimientos por su lealtad. Leí en “Pro Arte” su valiente defensa para mí... ¿Qué puedo hacer amiga mía? Tengo horror a las lenguas alácritas de mi patria. Sé que un día tal vez no lejano llegaré a mi tierra del Elqui con el corazón y la palabra muda, pero aquél que mire mi rostro sabrá que he perdonado. ¡No llore! ¡Compréndame!... y no me olvide, sus cartas son bálsamos que sólo su delicadeza puede ofrecerme.