Julio trabajaba en el Diario La Nación, y su primer vástago dio señales de querer nacer a mitad de mes.
Lástima que esto me pilló sin plata, - me dijo: “la Arellano” (así llamaba a su mujer) piensa que será esta noche. Ya tengo pagada la pieza en la maternidad. Jorge Ascui me entregó todo el dinero que le pasaron en la agencia por su traje dominguero. Estoy re´jodido, ¿Porqué no pasa con nosotros este mal rato?.
A las diez y media de la noche se interrumpió nuestra charla con los primeros dolores de “la Arellano”. Julio corrió en busca de un coche (Victoria); al tomarlo encargó al cochero que apurara los caballos y ya todos en el carruaje, le suplicaba a su mujer, en todos los tonos, como si de ella dependiera, que no fuera a “desembuchar” en el trayecto.
La maternidad quedaba en un pasaje interior; el cochero esperaría nuestro regreso, cercano a la puerta principal.
Al fin “la Arellano” quedó instalada en una buena habitación.
Todo saldrá bien y es preciso tener un poco de paciencia, - nos recomendó la matrona jefe. Las manos de Julio, como el mejor flautista, recorrían los botones de su chaleco.
“¿El primer hijo? .- Preguntó otra enfermera. Julio no contestó; con la manga de su chaqueta secaba el sudor que goteaba su frente.
Tomándome de un brazo, me empujó a una puerta lateral, y salimos a una calle contraria a la que esperaba nuestro cochero. Lo miré extrañada.
“¡Aprieta! – Me dijo suplicante, y tomó la delantera. Llegamos corriendo a una plazoleta cercana, donde terriblemente cansado se dejó caer sobre un banco, y me explicó: “ No tengo un solo peso, y en estas circunstancias no podía desligarte de este corrido “perromuerto”.