Para el estreno de “Árbol Viejo”, un grupo de admiradores le ofreció al escritor una cordial manifestación en el “Padre Negro”, restaurante situado en la Avenida Rondizzoni.
Cálidos discursos y múltiples regalos testimoniaron el afecto que a éste hombre, luchador y recto, le tenían sus muchísimos amigos. Al finalizar el ágape, como nadie podía agregar algo más a los bellos conceptos que se dijeron en las brillantes improvisaciones, un jugador del Colo Colo, quitándose su insignia, la prendió en la solapa del vestón de Antonio, para rendirle así su homenaje.
Con esto se puso término a la fiesta, y los contertulios, en alegre patota, se dirigieron al centro de la ciudad para culminar el festejo con un copioso “aro” de auténtica chilenidad.
Poco después, el festejado subió a un tranvía que había de conducirlo a su hogar. El cansancio hizo su natural efecto y Antonio se adormeció. Lo despertó el conductor al finalizar el recorrido. Quedaba a una distancia de cinco cuadras de su casa. Inició su regreso por un sendero oscuro y peligroso. De repente, salieron a su encuentro tres sujetos de mala catadura, que lograron alarmarlo, dada la hora y el lugar.
Pese a todo, tuvo que continuar su camino. Ya enfrentados, se acercó uno de ellos y le solicitó “un fosforito”. El otro, aprovechando la distracción de Acevedo al entregarlos, lo tumbó de un fuerte puñetazo, mientras el tercero se inclinó sin mayor ceremonia, para apoderarse de su flamante traje. Antonio ya en el suelo se había resignado a todo lo que viniera, cuando escuchó que uno de ellos decía: “Oye huevón, más mejor que nos “viremos” a otro; el “tumbao” es hincha del Colo".
Nota del editor: la palabra éste, la hemos mantenido con acénto, ya que en la época no salía la norma que aparecería recién en 2010, de no acentuar dicha palabra. Ver más.