Visité a Mireya en 1943. Entre sus bien ponderadas telas destacaban doce pinturas de nueva técnica y de un maravilloso colorido y transparencia. Todas eran muy hermosas, pero, honradamente, sólo las tomé como un sueño de colores de la artista, sin explicarme el porqué de mi extraño sobresalto interior.
A través de veinte años, los acontecimientos me dieron la clave. Ahora que Gagarin, el primer astronauta, dio tres vueltas en órbita a la Tierra; ahora que el "Nautilus" atravesó el Polo Norte, abriendo así el submarino atómico una ruta a través de los glaciares eternos; ahora que parece que el tiempo se detiene y la vida se acerca a la eternidad más allá de la atmósfera; ahora sólo ahora he venido a entender los vaticinios de sus pinturas.
Estoy segura que el cerebro de Mireya es una estación captando mensajes de otros mundos más adelantados que el nuestro. Si esto no es una realidad, ¿cómo explicar su "espacio sideral", su "escafandrismo", las "estaciones del pensamiento" en las profundidades del mar?. Pienso en la artista y en su trance realizador de obras con resonancia cósmica. ¡El mundo bajo el mar y sobre el cielo descubre para ella sus secretos.!