Teófilo Cid tenía un doble que le ocasionó muy malos ratos. En una oportunidad, después de meditarlo mucho, se mandó a confeccionar un terno en una de las mejores sastrerías de Santiago. La última letra de la deuda que acudió personalmente a cancelar, fue para él un descanso feliz. No obstante, el empleado le advirtió:
- No olvide, don Teófilo, de mandarme los pantalones plomos.
- ¿Qué pantalones plomos? Si yo no tengo ningún terno de ese color.
- ¿Cómo? - interrogó el empleado sorprendido - El último traje fue enviado a su nueva dirección, tal como Ud. lo pidió. Sólo falta que nos mande los pantalones plomos para hacerle el arreglito y que nos firme las letras correspondientes.
Vanas fueron las explicaciones. Cid no logró convencerlos, porque todos los empleados aseguraban haberlo visto probarse el terno. Molesto ante la disyuntiva de tener que enfrentarse a un bochorno judicial, tuvo que decidirse, firmar y seguir pagando nuevas letras.
Tiempo después, en viaje a Talca, divisó a su socías, a quien ya conocía, en el mismo carro del tren en que se encontraba. Al encontrarlo cara a cara, se sorprendió del parecido; igual contextura física e idéntico semblante. El muy desvergonzado lucía traje plomo.
Enfrentándolo, Cid lo sujetó de las solapas, gritándole: - Y usted so fresco, ¿piensa seguir jodiéndome? Lo haré detener para que no siga burlándose de mí, el muy sinvergüenza!
El otro, sin perder la calma, sonrió as los pasajeros, que miraban extrañados la escena, y con voz socarrona dijo:
- Qué hermanito gemelo más bueno que tengo!... ¡Mire que enojarse tanto porque me he puesto uno de sus ternos!; ya te lo entregaré en la casa, hombre; para qué te enojas tanto.
Teófilo, que es hijo único, ya fuera de sí, le propinó una fuerte bofetada. Inmediatamente se alzaron algunos pasajeros para separarlos, aconsejándoles calma. Otros, riendo contaban algunas anécdotas parecidas de algún familiar, mientras Teófilo procuraba desprenderse de quienes lo sujetaban, el "vivo" se hizo "humo".