Carmen ha recorrido casi todos los países de América, trayendo de cada uno de ellos gratos recuerdos.
Con gran sacrificio trasladó a nuestra tierra, plantas y arbustos que hoy crecen en su jardín confundiendo sus raíces, en cuyo fondo tiene una pieza, donde por una pequeña ventana se asoman verdes palmeras cubanas.
Ese es su “rincón”, adosado de tapices, dibujos y pinturas; sombreros de fibra, maracas y panderos; sobre las mesas discos, libros y revistas. Las vitrinas en revuelta armonía lucen muñecas con trajes nacionales, vasos, cacharros, figuritas de greda, mostrando la artesanía y folklore de cada país, y además, todos ellos traen sus anécdotas.
Me contaba riendo que en Cuba residía en un hotel, y muy atareada en su escritorio sacaba las copias a máquina de un trabajo que debía entregar esa misma tarde a la imprenta, cuando un desperfecto de la máquina interrumpió su tarea. Molesta llamó a la recepción:
Señor, por favor, que me traigan una máquina.
Esperó inútilmente. El tiempo pasaba. Repitió su llamado:
Señorita, estoy esperando la máquina.
Señora, la máquina espera más de una hora estacionada frente al Hotel.
En cuba a los automóviles los llaman máquinas, y para Carmen, la única máquina era su máquina de escribir.