Después de una conferencia que dio en Valparaíso, don Jacinto Benavente pidió un automóvil para regresar al hotel.
A la entrada del Hotel Astur, lo esperaba un grupo de sus festejantes, entre ellos Berta Singerman y su marido. Don Jacinto, distraído como todo hombre inteligente, olvidó pagar el automóvil.
El ágape que ofreceríamos esa noche al visitante nos dejó sin un céntimo. Victoriano Lillo miró a Enrique Ponce, Enrique me miró a mí, yo mire a Julio Walton, que regresó al coche resuelto al sacrificio. – A la Plaza Victoria, ordenó.
Llegando a ella, pidió al chofer: - esperé un poco, recogeré a unos amigos... y se fue caminando... caminando... caminando, hasta regresar al hotel.