En una de sus visitas al Campamento de la “Oficina Argentina”, a pocas horas de Iquique, don José María salió a platicar la amistad con los obreros pampinos. Uno de éstos, obsequió al visitante un hermoso pedazo de cuarzo. Monseñor, después de agradecer el regalo, preguntole:
- Y tú, hijo mío, ¿Eres buen cristiano?
- Si, señor, trato de serlo.
- Y tus compañeros ¿Cumplen con Dios?
- Algunos nomás, señor.
- ¿Y los otros?
- Es un tropel de beatos hipócritas, señor.
Esa misma mañana, el obispo esperaba la llegada del automóvil en el cual continuaría su gira, cuando fue interpelado por una distinguida dama, esposa de un alto funcionario iquiqueño.
Permítame, Monseñor, leerle un párrafo de “El Tarapacá” de Iquique.
A sus órdenes, la escucho, hija mía.
La dama en cuestión, se inclinó hacia el rutinario besamano y atropelladamente leyó:
- “Suicidio. Cerca de la estación de Chañaral, frente al cerro Las Animas, la policía encontró destrozado por un tiro de dinamita los cuerpos de Luis Soto Soto y Rosa Martínez Ávila, solteros, quienes hacían vida marital. Según averiguaciones policiales, los suicidas tomaron tan trágica determinación acosados por la miseria, y a raíz de la muerte del hijo único de ambos”.
Qué indecencia – agregó la señora. ¿Verdad, Monseñor, que esta gente está condenada?.
La cara del pastor se entristeció, demostrando honda preocupación mientras hablaba:
Es lamentable, dijo, que nuestros hermanos lleguen a esos extremos sin encontrar una mano cristiana que les preste ayuda.
Pero están condenados, insistió la dama, implacable.
Monseñor, sin poder eludir la respuesta sentenció:
No olvide, señora, que los ojos de Dios ven más allá que la mirada de los hombres.