Mariíta, la llamaba cariñosamente su madre Maria Monvel, la poetisa, quien viajaba acompañada de toda su familia, en el vapor Oropesa, rumbo a España.
En las mañanas, se veía a la niña correr y parlotear con su institutriz, fräulein Henrriette, la que trataba de entretenerla, contestando a sus difíciles preguntas y repitiendo cuentos e historias tan fantásticas como las de Nils Hölgerson y su viaje maravilloso por el mundo, en el lomo de un pato salvaje.
Se oyeron gritos. La gente, saliendo de sus camarotes, se amontonó en cubierta. Un marinero sujetaba entre sus brazos a la niña, la que rasguñándolo trataba de soltarse. María Monvel, muy pálida hacia esfuerzos para calmarla.
La Fräulein hablaba alemán; siempre lo hacia en momentos emocionales: - ¡fue tan imprevisto! ¡No pude sujetarla!. Usted la conoce señora.
La mascota del Oropesa era una hermosa gaviota criada en la nave. Esa mañana tomaba el sol sobre uno de los botes salvavidas amarrado a un costado del barco. La niña, soltándose de la mano de su cuidadora, se encaramó por los fierros de la baranda tan rápidamente que fue imposible detenerla. Cayó de sorpresa sobre el ave y, sentándose sobre su lomo, gritaba: - ¡Llévame! ¡Llévame!, tonta.
El pobre animalito, para librarse de su peso, le picaba las piernas; al sentir sus picotazos, Mariíta trato de arrancar. La oportuna llegada del marinero la salvó de caer al mar.