Hugo Goldsack, el poeta de “Entorno a cierto fuego” y de “Las elegías de I-Tor”, es amigo del conocido novelista Nicomedes Guzmán, desde los años estudiantiles. Pero, esta amistad con ser tan antigua y tan probada, no incluye bromas pesadas y venganzas sabrosas, como las que paso a contar.
En una ocasión, Goldsack, fue invitado por su amigo Julio Arriagada Augier a Rancagua, con el objeto de participar en el tradicional homenaje a la memoria de Oscar Castro. Al ser presentado a Isolda, la delicada viuda del poeta, Goldsack, gentil, subrayó el saludo con una frase galante: - Me siento muy emocionado, Isolda, de conocer a la esposa y a la inspiradora del gran poeta.....
Una voz aguda, la de Nicomedes, cruzó como un latigazo el salón provinciano de punta a punta: - ¡Que emoción ni que ocho cuartos, señor, cuando usted andaba diciendo a voz en cuello que Oscar Castro, estaba influenciado por García Lorca!.....
De más está decir que los celosos admiradores del poeta tomaron en serio las palabras de Nicomedes, y pidieron al escritor Arriagada que no volviera a invitar más a Goldsack a Rancagua. Este no volvió, como es lógico, pero esperó pacientemente como el árabe del proverbio, el momento de la suprema venganza.
En una de las Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile, Goldsack fue contratado para dictar su aplaudido curso sobre Premios Nacionales de Literatura. Cuando estaba pasando la Poética de Pablo Neruda, se produjo un desperfecto en el alumbrado del Instituto pedagógico, sede de la Escuela, y Goldsack solicitó permiso en el Ministerio de Educación para dictar provisoriamente su clase en la Sala de Exposiciones.
Allí llegó Nicomedes Guzmán, seguramente interesado en saber cómo su amigo trataría la obra del autor de “Residencia en la Tierra” y acaso con el ánimo de hacerle una pregunta a quemarropa, de esas que complican la vida de cualquier profesor.
Hugo presintió el peligro y se dispuso a aprovechar la oportunidad de tomar la ansiada venganza. Nicomedes avanzó con paso resuelto a tomar asiento entre los oyentes, mascullando un atropellado: -“Buenas tardes, Goldsack”...
Este, adoptando el aire magisterial más apergaminado de su repertorio y simulando no conocerlo, le dijo:
Señor, ¿Me podría exhibir su certificado de matricula?
sin atreverse a dar crédito a lo que oía, Nicomedes dijo indignado:
¿Qué matricula?, Hombre, ¿qué no sabe quien soy?
No lo sé señor, y además, aunque lo supiera, tengo que cumplir con los reglamentos de la Universidad. ¡Su certificado, por favor!
El novelista se dio cuenta que había caído en la trampa y que lo mejor era abandonar el campo. Días después se encontraron los dos amigos, Nicomedes, sin poder contener la risa dijo:
Me la jugó el perla... ¿No?
Goldsack, sonriendo también, le contesto:
- Usted me la hizo primero. Estamos a mano, hasta la próxima, ¿de acuerdo?...