Esa noche, en casa de Vicente, la conversación sobre temas esotéricos giró en torno a nuestras encarnaciones.
El auditorio esperaba expectante la palabra de Flor Morgan, que a más de un barón traía prendido al hechizo de sus ojos verdes y a su radiante juventud morena.
Yo fui seminarista, reina de Asiria. En mi niñez conocí su historia y desde entonces me identifiqué con su frialdad pagana. Sé que lloraré por sus culpas y que moriré como ella, rompiendo trágicamente mi destino.
Se hizo un silencio... Julio Walton habló:
Yo fui Français Villón.
Yo la Pompadour, dijo Antonieta Garáfulic
Isabel de Mantua pudo ser mi encarnación anterior, pensó en voz alta Sara Hubner.
Bianca De Ciaci, poetisa italiana de paso en Chile, dijo pensativa:
Creo ser una mujer valiente, sin embargo me asustan los viajes por mar ¿habré muerto o moriré en alguna catástrofe?
¡Por tu larga vida!, brindó Adolfo de la Fuente – Yo fui Fouché
Ahora me lo explico todo, gritó Carlos Hurtado – Yo fui Mazarino.
Se atropellaban las voces... Y tu Maria ¿qué fuiste? – ¡Gitana!, respondí.
Vicente, que permanencia estático mirando a Flor Morgan, contestó suavemente a la pregunta que le hicieron:
Yo fui el poeta enamorado de Semíramis, el que bajó a recoger la flor que arrojara a la fosa de los leones.