Siempre pensé en su parecido con una gacela.
La vi por primera vez en el Parque Forestal. Leía un libro, tendida sobre el pasto verde. No sabía quien era.
La conocí años después en el aeropuerto Los Cerrillos; despedíamos juntas a Salvador Reyes, que volvía a Francia. Su palidez se había acentuado y nerviosamente mordisqueaba el tallo de una flor. Subíamos juntas la escalera que conducía a la terraza del puerto aéreo. Al partir el avión no lo siguió con la vista. Afirmada en la baranda, terminó de romper su pañuelo de batista.
La acompañé a su casa. Al abrir la puerta del departamento nos recibieron cuatro canarios que libremente revoloteaban por la habitación. Entre píos y tiernos arrumacos empezó a jugar con ellos. Luego, como queriendo escapar un instante a su preocupación, hundió el rostro en un ramo de rosas; los canarios, felices, picaban las cuentas de su collar y el lóbulo de sus orejas...
Cuando nuevamente levantó la cara, vi que estaba llorando