De visita en casa del coronel Emilio Bravo, en Viña del Mar, admiraba tres cuadros colgados en los muros de su salón, y al indagar datos sobre su autor, supe con extrañeza que eran del poeta Samuel Lillo, ante mi duda, Emilio Bravo me explicó:
Sí, Maria, son del poeta, del mismo. Estos cuadros fueron regalados a mi madre por una sobrina suya. Cuando Onofre Jarpa visitó hace años nuestra casa, quedó admirado del colorido y la belleza de éstas telas. Don Samuel no les daba la importancia que se merecían.
Cuando le felicitaba, solía decir: - “son grandes descansos para mi espíritu; ¡nada más!.
Tiempo después lo encontré en avenida Brasil 25, cachureando donde el querido anticuario Don Juanito. Lo acompañaba una de sus hijas. Me abrazó cariñosamente, preguntando por mis hijos y mis versos: - mis hijos crecen y se realizan; mis versos cunden y se guardan. ¿Y usted Don Samuel, como está? – ya la vida camina con pasos muy largos, contestó indiferente.
Pudimos conversar muy poco por lo avanzado de la hora. Al despedirnos le devolví su abrazo. – Adiós Don Samuel. – Si... Dijo como hablando consigo mismo. – Eso está bien... ¡Adiós, Marita!.
No volví a verlo denuevo.